“¿Quién le robó el sombrero al profesor?” cuenta lo que
pasa cuando la gente, quizás sin quererlo, cambia de sombrero, advierte su autor al inicio. Precisamente de eso se
trata este libro… De lo que entra y sale del sombrero…
Cambiar de sombrero sería como ponerse en los zapatos de otro,
pero no con los pies sino con la cabeza. Pienso…
Mi AP era especialista en contar cuentos, una
profesión que se ha mantenido en el tiempo desde que un tal Adán enmarañó el
primer cuento con una tal Eva, una mujer que le hizo morder una manzana para
vengarse. (p. 15).
Digamos que la historia
comienza así: en el único café de algún lugar llamado Amapolas, la ciudad de los sueños, un abuelo que
tiene un caballo al que, por alguna razón, llamó Sócrates, le cuenta a su nieto
el cuento de una mujer llamada Sara.
Vivía una niña muy linda que se llamaba Sara y que estaba
por cumplir catorce años; con unos
pequeños pechos de primavera, sus primeras reglas en orden y con unos padres
que necesitaban dinero para solventar el resto de su crianza… los padres
empezaban a buscar maridos para sus hijas desde el nacimiento, cuestión de
asegurarse la suculenta dote que debían presentar los candidatos machos, si
acaso querrían llevarse una hembra en buenas condiciones. (p. 16).
Así entramos en este
particular universo de saberes y combinaciones. De pronto, pareciera
estar sucediendo la humanidad completa, toda y a la vez, en la historia de Sara
que como muchas otras mujeres en el mundo que por costumbre de alguna época… en
algún país lejano o cercano, son casadas o vendidas a un viejo verde que
las maltrata, humilla y les hace la vida difícil. Sabemos que estas mismas cosas suceden
en muchos lugares donde hay familias, como las de Sara, o que venden o negocian
a sus hijas.
Justamente, lo atractivo en este libro, es que las mujeres (no todas) lejos
de ser víctimas, tienen poder y fuerza para seguir adelante con sus vidas. Sara tiene la mala suerte de quedar un
poco embarazada… un poco porque su embarazo dura muy poco y con un ayuda de la
abuela, termina siendo viuda a temprana edad y dueña de una casa de coral… (p. 21).
Cuándo la fatalidad es recreada con ingenio o desde una óptica distinta, es
posible imaginar finales felices. Muy pronto, el hijo del viejo verde aparecerá para
reclamar su herencia, a lo que la abuela responderá con toda seguridad. –Por muy hijo de puta que usted pueda ser,
esta casa pertenece a mi nieta, la viuda de aquel anciano que, por lo que veo,
ha sido su padre… Solo que este país no es su país. Es mi país. Y en mi país la
casa pertenece a la mujer. (p. 27).
Con La viuda alegre, se inicia esta serie de relatos que actúan como un
tejido de finas hebras y que irán reconstruyendo el espejo roto de Roberto, un
niño que a los seis meses de vida pierde a su madre, detenida, desaparecida en
tiempos de la dictadura militar en Chile.
A medida que avanzo en
la lectura, pienso que no es posible hablar
de este libro sin pensar en magia, ilusionismo, o en un estado luminoso del
ánimo o una forma de mirar como de sorpresa frente a los acontecimientos con
que brilla el implacable ojo del abuelo y eje conductor de estos relatos.
Entramos en historias de
la vida real. Historias tristes de personas sencillas y de mujeres que no
llegan a salvarse. Pienso que también de eso se trata este libro, de hacer
justicia a las historias, para percibirlas o entenderlas. Esta serie de relatos,
unidos entre sí, son una invitación a cruzar
mundos distantes y distintos, recorrer tiempos y espacios y, también, a no olvidar. Porque de eso se trata el escribir, de los tiempos y espacios de
la escritura, o pensar con todos los hemisferios. Atreverse y entrar en la realidad
y en el mundo de los sueños, y al mismo tiempo, conocer más de la vida, sus
múltiples posibilidades o a mirar desde
el otro lado de la vereda.
Me siento vagabundo, pero un vagabundo del universo
entero. Si quieres, soy anarquista, porque no acepto ningún poder, pero, por
otro lado, tengo un profundo respeto por la vida y por el universo. (p. 122).
De todo se va haciendo nuestro
universo, de miserias y matanzas, también de historias sencillas, de amores que
irán dejando huellas como estelas de luces o registros de cómo nos movemos.
Reconoceremos citas precisas, noticias que
circulan en los medios y que benefician los manejos mediáticos. Así, el mundo
de los poderosos se perpetúa, acumula y concentra el poder del capital y el
dinero. Nos encontraremos con palabras o pequeñas frases que al nombrarlas nos
conectan con elementos del mundo. Nombres propios, momentos históricos y
lugares que complementarán nuestras ideas.
El mundo nos sucede según las costumbres, la cultura, el tiempo-espacio en que se
habita. La historia es una suma de elementos, casualidades,
perspectivas y muchas cosas más, la historia se hace de narrativas o de cuentos.
Bastaría con tomar en un
pañuelo elementos humanos del mundo y sacudirlo, –pienso–y después del
descalabro, imaginar un mundo más amable y amoroso, menos violento y brutal.
Navegamos por la lengua, el lenguaje, la cultura, un despliegue de creatividad, imágenes bellamente elaboradas, visuales muy reales,
lo que pudiera implicar algunos inconvenientes, que se amplifiquen los sentidos
o que la cabeza se llene de cosas y la lectura se interrumpa. Son los riesgos cuando
se escribe abriendo puertas y ventanas, y ver cómo entrar o salir de la
realidad, o simplemente flotar y perderse en ella porque la coherencia y la
consistencia que nos propone el texto es apasionante.
A
ratos poéticos, a ratos experimentales, los textos brillan con el talento y la firmeza de Líbero Amalric, de origen
Belga, que después de viajar bastante, hablar
5 idiomas más el nuestro, ha decidido no
escribir en
la lengua dominante del primer mundo, ni
como oriundo del campo de batalla de Europa, tampoco en ninguna de sus lenguas
oficiales, sino en un castellano impecable y una estructura muy cuidada
para instalarse como uno más entre nosotros. Entonces,
magia. En algún lugar del tiempo y del espacio, la infancia con todos sus
pliegues sigue viva. La locura creativa puede ser maravillosa y
exuberante. Se puede situar una épica, una estética, una poética. En el
inconsciente parecen estar las claves del desarme, desbaratarlo todo y quedarse
o salir corriendo. Se puede ser un anarquista del decir, o un
loco completamente saludable; es cosa
de dejarse llevar por estas páginas desbordadas de imaginación y ver como
letras y palabras bailan con un humor que anima y
sorprende.
Sin evitar los filudos bordes, las
historias atraviesan nombres, lugares físicos, simbólicos y zonas de poder. Israel,
Estados Unidos; Bush, padre, hijo; Bin Laden y la CÍA se entrecruzan con
Latinoamérica y la dictadura en Chile. Escribir
es una estrategia. Las historias se escriben y comparten en
comunidad. Nos asomamos buscando claves y acertijos. Ficción y realidad se
funden y confunden con culturas y países que desfilan por estas páginas en que
se mezclan las historias del mundo. Una escritura a ratos experimental,
atravesada por descripciones, diálogos, definiciones y poemas, es este viaje al
interior de los sueños, una invitación a ingresar o salir de la realidad, más
allá del mundo de occidente, de católicos o protestantes a un Medio Oriente
de sunitas y chiitas, fundamentalistas y moderados, por cartografías de otros
mapas y economías políticas, estrategias de guerra o de sobrevivencia.
Conoceremos a los integrantes de la orquesta de los socialistas y a los de la orquesta de
los católicos y a personajes importantes como el señor ministro o el alcalde. Acá
los universos paralelos son posibles y el humor y la
creatividad se amplifican como
resistencia o como formas de contagio, la vuelta de tuerca que dignifica las historias sencillas y los
personajes cotidianos.
Cruzaremos el cielo de los dioses anarquistas, aprenderemos
de Roberto, profesor de matemáticas, propuestas concretas de organización popular
para las tomas de terreno (p. 132) Conoceremos más sobre La Asamblea de la Alimentación que se
organizó a fines de 1918… para hacer frente a la crisis económica, por el
declive del salitre en el mercado mundial de la posguerra… un movimiento de la
sociedad civil que pocas veces se reproducirá en la historia de Chile. (p.
206).
Hay mucho
más de mil y una noches de cuentos y
lenguas orales y escritas para narrar las culturas y los pueblos, relatos de
resistencias; historias de paisajes
cotidianos, o cosas que se dicen en las bocas de los
mayores. Las historias siempre pueden ser más de una cosa, hacernos reír o
llorar, imaginar, reciclar, para
no perderse en los cuentos del mercado o de la guerra. Frente a la realidad más brutal, donde
hasta el más cuerdo peligra, tomando un poco de acá y otro
poco de allá, si consigues un sombrero adecuado, el mundo pudiera reorganizarse
o renovarse algo, al menos adentro de la propia cabeza.
Se quita su sombrero blanco de Panamá y lo pone en la
mesa, luego se saca su abrigo negro y lo cuelga en el vacío. Se sienta en una
silla. (p. 79).
Escribir con libertad es
una bendición del decir. Disparar a políticos corruptos, asesinos, en medio de
perros que hablan y desiertos en que aparecen mujeres estruendosas, puede ser
muy liberador. Realidad ficción, los cuentos son fragmentos de ojos que se
esconden detrás de la cerradura para mirar la realidad y no perder el hilo o
perdernos.
Entramos en el laberinto
misterioso del no tiempo-espacio, que también podría ser el día del no
cumpleaños, porque en medio de la nada, se producirán diálogos, que podrían
parecerse al de la oruga y Alicia en el país de la maravillas, pero en el
desierto.
Nadie sabe. Por
momentos, las historias son tan locas que casi se atolondran
los sentidos y no hay cómo oponer resistencia a tanta mixtura sugerente y cosa
diversa. Pero aunque todo vaya poniéndose cada vez más alocado, no hay que
perder la calma. Cuando ya no sabemos quién está contándonos la historia, si el
abuelo, el profesor, o un hombre vestido de blanco en medio del desierto. Ni de
dónde salen las hablas en esta escritura hecha a retazos, tan habitual como si
existiera un tiempo de puertas abiertas y fuera posible experimentar o sumar los
mundos paralelos.
Son estelas de
información que irán quedando por partes, finalmente, nada está puesto al azar
y cada elemento, por loco que parezca corresponde.
El convite es entonces es
a jugar a las preguntas y descartes. A nombrar con el pensamiento. A dar y
buscar pistas que nos lleven a entender mejor eso de las teorías tiempo-espacio
de un universo flexible.
¿Cómo soñar? ¿En qué
idioma? ¿Cómo se aproxima el habla cuándo es extranjera?
Cómo transitar la
lengua, balbucear palabras o escribir en claves y acertijos cuando se vive cerca,
al borde del peligro. El diccionario es metáfora y herramienta
en las cosas por saber o del decir con que se cuentan las historias.
Pienso en posmoderno
experimental, en materias y materiales mentales, culturales, encefálicos, en partes
de lenguas, pronombres, pedazos de idiomas y al unir los cabos sueltos ya me
siento una aventajada. Son atmósferas, pequeñas piezas, verse minúscula en un
engranaje que es el mundo tan complejo y enorme.
Me siento aventajada, nunca viví la crueldad. Una extraña caravana avanza por el desierto. Y junto a la caravana avanzan
los rumores. Dicen que en La Serena un músico ha sido torturado y ejecutado. (Pág. 73). La calle está vacía y lo está por
razones de fuerza militar. (p. 125). Nunca viví el
terror ni el encierro, ni perdí, la cuenta de los días y las noches cuando se
pierde la memoria o la memoria te pierde a ti, y se que en este mismo momento,
hay alguien que proyecta sueños en un campo vacío, o que quisiera estar del
otro lado del escenario.
Querido
tío, Mañana viene mi madre. Nos iremos en un bus a un lugar
que se llama Amapolas. Dice que es muy lindo. Allí vive mi abuelo. Tiene un
caballo que habla. El caballo se llama Sócrates. Dicen que el abuelo cuenta los
cuentos del día siguiente. (p. 250).
Y con esto termino. No diré
nada más. No contaré quién le robó el sombrero al profesor, ni hablaré del piquero de
patas azules, tampoco diré nada
de lo que le sucedió al notario, ni de las conclusiones de los doce analistas
sentados alrededor de la mesa redonda en el bus del Transantiago, porque eso, bien
pudiera ser parte de otro cuento… ¿o no?
Eugenia Prado Bassi, Ceibo Ediciones, octubre 2014.