viernes, 6 de septiembre de 2013

Travestir (en) los límites : identidades transitivas en el discurso neobarroco de la neovanguardia latinoamericana

Cross-dressing (on) the Limits : Transitive Identities in the Neobaroque Discourse of the Latin American Neoavantgarde
Krzysztof Kulawik
Resumen

La presencia del travestismo y la androginia en las obras de los autores y artistas visuales hispanoamericanos contemporáneos Severo Sarduy, Pedro Lemebel, Eugenia Prado, Roberto Echavarren y Gloria Anzaldúa indica cambios en la percepción y representación de la identidad como categoría cultural. En sus obras, a veces referidas como neovanguardistas o neobarrocas, aparecen personajes cambiantes e inestables, los que pueden llamarse « sujetos transitivos » o « nómadas ». Su presencia inquietante lleva a deconstruir y reformular las categorías culturales fijas como sexo, etnia, raza y nación. Su análisis ayuda a adelantar una teoría de identidad cultural basada en la ambigüedad del travesti y el andrógino con apariencias cambiantes, en un juego camaleónico con la otredad. Esta teoría puede aplicarse al estudio de los grupos y sujetos culturales emergentes en el híbrido contexto cultural latinoamericano. Demuestra la presencia de la otredad en cada unidad, de la alteridad en cada identidad. Los sujetos discursivos y personajes de las obras analizadas representan una resistencia política y cultural a las normas del sistema patriarcal y neocolonial impuesto por el establecimiento económico, cultural y mediático neoliberal. Son sujetos híbridos, transitivos y transgresivos que encarnan el contexto multi- y transcultural posmoderno de Latinoamérica.

Chile

11En la reciente literatura chilena, el travestismo se ha empleado como una expresión artístico-política de inconformismo y oposición, primero al régimen militar de Augusto Pinochet entre 1973 y 1989, luego al proceso de la transición democrática neoliberal de los años 1990. Se convirtió en una categoría epistémica opuesta al binarismo heterosexual, sancionado por la tradición patriarcal de la cultura hispánica y occidental en general, así como por el neoliberalismo económico global. En el represivo contexto de Chile después del golpe de 1973 y hacia finales de los setenta, emergieron grupos artísticos radicales como el CADA (Colectivo de Acciones de Arte) constituido por los artistas visuales Lotty Rosenfeld y Juan Castillo, el poeta Raúl Zurita, la novelista Diamela Eltit, entre otros (Brito 26). También aparecieron importantes artistas visuales como Paz Errázuriz, Juan Dávila, Carlos Leppe y Eugenio Dittborn. Tal vez por haber compartido el sofocante entorno político de la dictadura, estos escritores y artistas chilenos procuraron « travestir » simbólica y paródicamente el sentido contenido en sus obras, valiéndose a veces de personajes travestis, otras veces de la técnica de simulación textual, visual o performativa basada en la experimentación.
12Posteriormente, en la literatura producida durante la transición democrática de los noventa, continuaron escribiendo la novelista Diamela Eltit, la crítica Nelly Richard y el artista visual Pedro Lemebel. Este último surgió del grupo de artistas y escritores homosexuales-travestis activos en Santiago a finales de los años setenta. Junto con Francisco Casas, se dio a conocer en 1987 como cofundador del colectivo de arte visual Las Yeguas del Apocalipsis. Los dos desarrollaron trabajos experimentales en instalaciones y performance desde los últimos años del gobierno de Pinochet hasta aproximadamente 1992, asombrando al público santiaguino con sus actuaciones osadas y sexualmente explícitas. Entre 1995 y 2001 Lemebel incursionó en el género de la crónica urbana con La esquina es mi corazón (1995), Loco afán (1996) y De perlas y cicatrices (1998). En 2001 se publicó su novela Tengo miedo torero. Por su lado, Francisco Casas reunió sus recuerdos de la actividad artística con Lemebel en la novela (o crónica ficcionalizada) Yo, yegua (2004). Tanto Lemebel como Casas en sus crónicas, novelas y performances de Las Yeguas del Apocalipsis, con el uso de un exuberante lenguaje experimental y ambiguos personajes travestis, perturban el orden estético establecido por el canon neoliberal-burgués y su discurso normativo. Como afirma Ben. Sifuentes Jáuregui en Transvestism…, « This transvestitic erasure of the boundaries [...] manifests an anxiety that could be called ‹the denaturalization of genders› » (4). Este desplazamiento de categorías se produce en pleno « habitat de la pobreza » de Lemebel (35) y en el « cuarto mundo » urbano de la novela de Eltit con el mismo título, ambos contextos típicamente latinoamericanos.
13En su libro de crónicas La esquina es mi corazón, Lemebel transforma el ensayo periodístico en prosa poética al mismo tiempo que transforma el espacio urbano del Santiago « oficial » en una serie de imágenes móviles con personajes marginales– vagabundos, travestis, prostitutas. El estilo ornamentado, reminiscente del barroco histórico, traviste la opacidad callejera de la desbordante metrópolis. El narrador cambia y adopta la perspectiva del « otro », del ser marginado que comenta la « herencia neo-liberal o futuro despegue de esta ‹demos-gracia› », consciente de ser « carne de cañón en el tráfico de las grandes políticas », « desecho sudamericano » (35-36).
14Lemebel y Casas utilizan sus alter egos narrativos,Dolores del Río y María Félix, y un narrador homodiegético para recorrer la ciudad sitiada por el control dictatorial, para presenciar y revelar espacios de disensión política : happenings, performances, cines, librerías, manifestaciones, parques y barrios pobres—las « callampas » santiaguinas. Su exuberante representación textual de la ciudad por medio del lenguaje figurativo, ornamental y artificioso crea un efecto simulador. Con una narrativa lúdica y paródica, los textos proponen un nuevo discurso fragmentado, alternativo al tradicional. Utilizan el travestismo como una postura artística y política radical para descentrar nociones de la pertenencia, no solamente sexual, sino nacional, étnica y cultural. La figura del travesti representa una ruptura con el sujeto masculino heterosexual—chileno y blanco—representativo de la cultura oficial. En los dos textos, La esquina… y Yo, yegua, esta ruptura se efectúa por medio de la recreación literaria y el reclamo simbólico de espacios de una ciudad caótica. La urbe le sirve de marco a la acción narrativa, un marco no sólo externo-documental sino interno-simbólico y textual. La inestabilidad y movilidad del espacio urbano adquiere una función simbólica : se convierte en un espacio cómplice en la transformación de los personajes, sus apariencias y actuaciones. La apariencia externa de la ciudad próspera esconde decadencia de la misma manera que los personajes enmascaran los roles sexuales masculinos y femeninos usando las técnicas transformistas del travesti. Textualmente, esta simulación se realiza a través del artificio lingüístico y narrativo, la experimentación con el lenguaje y la parodia, reminiscentes del estilo neobarroco definido por Sarduy dos décadas atrás.
15Los géneros sexuales y artísticos también se cruzan en la multifacética obra de la narradora y artista visual chilena Eugenia Prado. La escisión de la identidad de los protagonistas alienados en un mundo hipertecnológico es el tema deHembros, una obra híbrida y transgenérica. Esta novela-instalación o « texto en gestación », según la autora misma, fue escenificada en Santiago de Chile en 2004 a modo de una ópera con video. « Propone la lectura de una novela desde otros soportes, es decir, sacándola del formato tradicional del libro, como una instalación escénica integrada con multimedia y tecnologías » (entrevista con Kulawik). Explora la emergencia de dispersos sujetos andróginos –« hembros »—que merodean entre los límites de lo femenino (hembra) y lo masculino (hombre), interactuando con la tecnología. Desencadenan una rebelión contra « el Padre »—figura abstracta de autoridad—y contra la institución tecnocrática que éste representa. Desean liberarse de las categorizaciones formuladas, pero resultan siendo unas máquinas productoras de textos, « especies de autómatas, un género enfermo creado para situar el horror. […] Un imperio de cerebros mecánicos precipita nuestras imágenes » (Canto 8). Según Juan Pablo Sutherland, la « escritura tránsfuga » de Prado « ha generado una sugerente zona imaginaria que desafía al orden simbólico, al logos masculino [...] interrogando a la centralidad del poder » (El cofre 16). Su uso elaborado de la lengua, reminiscente del neobarroco, representa identidades poshumanas, los cyborgs, que surgen de los escombros de las categorías tradicionales. Prado recurre a un lenguaje metanarrativo para generar un texto que no se subordina a ningún género literario. Con una mirada hermafrodita polidimensional procura el conocimiento de la situación poshumana, caracterizada por la indeterminación sexual.