miércoles, 29 de enero de 2014

Letradura de la Rara de Virginia Vidal por Eugenia Brito


El último texto narrativo de la esc
ritora chilena, Virginia Vidal, se denomina Letradura de la Rara, curioso título para una novela.
Una novela que responde a un proyecto que ya no se frecuenta dentro de la literatura chilena, pero que cuenta con hermanos, tales como Luis Cornejo Polar y Barrio Bravo; Alfredo Gómez Morel y El Río; Armando Pérez Carrasco, Chicago Chico.
Guarda también una correlación con José Donoso, en El Obsceno Pájaro de la Noche, no obstante, este libro busca ser una crónica de la vida de las trabajadoras del cuero y el calzado y textiles, una crónica centrada en el mundo social y cultural de la “costurera”, es decir, un mundo menos conocido y estudiado, al cual la historiadora norteamericana, Elizabeth Hutchinson en Labores Propias de su Sexo, otorgó un estatuto legítimo, un relato. La trabajadora textil, la mujer que cosiera las ropas del mundo burgués de Chile, es la figura sustantiva del relato que produce la escritura de Vidal. Su narración atiende a la estructuración de su subjetividad, su mundo íntimo, sus políticas de vida, sus conflictos, que ejemplifican la figura popular de la mujer obrera en los primeros cincuenta años de la historia de Chile en el recién pasado S. XX.
Otro brazo cultural para comprender el tejido del libro es la novela social chilena, específicamente, La Sangre y la Esperanza de Nicomedes Guzmán.
Sin embargo, el lugar postmoderno de esta novela se da en la mezcla de géneros, autobiografía y narración fragmentaria, crónica y poema, lo que leda un lugar nuevo en el estatuto de la novela chilena, colindando con la novela realista y la experimental, con narraciones que alternan entre la precisión realista y la fuga suprarreal.
Su mérito consiste en elaborar un texto alegórico y documental de la historia de Chile de principios del S. XX
Su eje fundamental y protagónico lo constituye una genealogía de mujeres, las grandes articuladoras familiares y sociales, mientras los hombres huyen, enferman o mueren, dejando solas a Amarga, la abuela resentida y castigadora de Mercedes, la madre obrera que trabajando de sol a sombra colabora económicamente a la mantención de su madre y hermanos.
Un segundo pago se le exige a Mercedes, permanecer soltera y empleada de su familia. Pero ella contraviene el imperativo materno, se casa a escondidas con Rudel, un joven con el cual huye del hogar y va a su lugar de trabajo, en el que asume la condición de madre y esposa de 3 hijos.
La atareada vida de Mercedes es la que ocupa el cuerpo del texto; ella cocina, mantiene en orden a sus tres hijos y es madre y esposa de su marido, quien comparte su existir con los patrones españoles, Fadrique y Milagros y un hermano, cuya conciencia obturada y extraña es observada por la narradora, hija de Mercedes, quien observa la vida de sus patrones, sin sospechar los duros secretos que ellos esconden.
Cuando ellos naufragan, Mercedes busca refugio en su madre, pero ahí es otra vez golpeada por ella y por sus hermanas, siguiendo el tópico de la cenicienta. Entonces huye del hogar materno, yendo a parar a un conventillo, en el que va a trascurrir su vida para intentar mantenerse ella y sus hijos a salvo de las lacras de la miseria, piojos, chinches, infecciones, mala vida que desbordan ese lugar, cifra de la máxima pobreza. Sin contar los temidos lanzamientos, las persecuciones de la ley, la prostitución presente de manera provocadora, las enfermedades de los que allí viven, sin higiene, sin agua y sin comida.
A ratos logra conmoverse con el hambre y la enfermedad, pero pierde el equilibrio y empieza a pensar en sus hijos, cómo han de desarrollarse y crecer. Emiliano, un hombre de muchos saberes educa a su hija segunda, a pesar de la compleja relación sostenida por éste y su mujer Olfa.
El conventillo es una mezcla de gloria y tristeza, la metáfora misma de la marginalidad y en ella Mercedes se debate trabajando, cosiendo, cocinando y limpiando los piojos que se presentan en sus hijos. Piojos que simbolizan la explotación: chupan la sangre de los niños que han de convertirse en la mano de obra de los explotadores.
El lenguaje de la novelista es fuerte, directo, casi periodístico, pero no exento de la veta sentimental, particularmente de Amarga, la abuela, lenguaje cargado de matices políticos, como cuando ante Mercedes aparecen los muchachos poetas y su rebeldía ante las explotadoras oligarquías.
Pero ellos los jóvenes son asesinados y cuando ese crimen ocurre ,la policía entrega sus cuerpos, como lo que ocurre hoy con los detenidos desaparecidos. Estos jóvenes y su protesta política, su extinción y el borramiento de sus cuerpos son los que configuran la figura del subalterno, tal como lo definiera Gayatri Spivak en su famoso artículo, “¿Puede el subalterno hablar?” Es decir, se trata de la imposibilidad de producir un efecto político frente a los que ejercen el poder. No existen, no son ni siquiera huellas estratégicas.
La revuelta es inmortal, pero peligrosa, piensa Mercedes, que, para salvaguardar a los pequeños intenta sacarlos de esas atractivas, aunque peligrosas, inestables compañías.
Sin embargo, se oyen las voces de Luis Emilio Recabarren y su mujer, Teresa Flores, los periódicos que la pareja produjera para dar fin a una sociedad explotadora y hacer que la educación llegue tanto a hombres como a mujeres.
Pero la vida cotidiana tiene su peso, así como en el país triunfa Carlos Ibáñez del Campo, otro duro dictador, los conventillos y los barrios pobres, “bravos”, diría Cornejo, son difíciles de rendir, pese a la amenaza, la cárcel y los golpes que terminan con la sanidad de sus mentes, haciendo del manicomio, otro sitio de tortura y opresión.
El fugaz reencuentro de Mercedes con Rudel los lleva a la casa propia, en la que son felices por un tiempo, con aire fresco, buena comida y con el amor que les profesan sus padres.
Pero poco va a durar este reencuentro. Rudel cae enfermo y muere, tras lo cual Mercedes adopta su última identidad: de viuda triste o alma en pena. Para paliar la falta de dinero, decide arrendar la pieza del fondo.
El alma en pena de la joven madre la hace triste y cada vez más exigente con los suyos, su perfil se desdibuja cada vez más, pero sus hijos siguen estudiando y trabajando. La madre con el paso del tiempo se difumina y los hijos casi no pueden reconocerla, terminando por llamarla “la rara”, lo que da a la novela su curioso título.
V. Vidal materializa un gran proyecto, el de constituir el cuerpo histórico de la subalterna del margen en la primera mitad del S. XX, cuerpo a ratos fisurado, disperso, pero no obstante cuerpo a partir del cual se articula la historia del miserable conventillo, la crítica social a los gobiernos derechistas y su despotismo en todos los planos, la lengua múltiple del proletario, a ratos lírica; en otras, obscena, el dato duro y documental de la injusta muerte, por la falta de prevención y cuidados de las fábrica se industrias dirigidas por los duros patrones de la época.
Las múltiples digresiones del libro, que dan cuenta no sólo de las protagonistas, sino del vecindario entero en todos los sectores habitables, difumina la gesta central, pero también la multiplica con el trabajo macroscópico de la narración. A ratos, oscila entre la anécdota y la copucha del barrio, olvidable. Incluso, personajes cómicos como María del Portugal y la Señora Fofó, tan bien caracterizados, aparecen como unos más en un conjunto de seres sin mayor visibilidad. Abarcó mucho y quizá eso difumina un poco el libro, haciéndole perder peso. Sin embargo, su lectura siempre será amena y la “ rara”, queda aquí formulada, como la gran “ matriarca “ latinoamericana, la inmensa mujer que navega contra las contrariedades, sacando a la superficie la casa y la tierra, que conquistó con su vida y trabajos, a pesar de la muerte del marido, de la dureza del medio, del fatigoso trabajo y de los hijos. A los que educa o pone a trabajar, mostrando su amor solidario de los pobres, apoyando sus huelgas, dignificando siempre su pasado de obrera.
Esta novela épica, carnavalesca, prolífica sin encontrar más forma que el traspaso de generaciones y tal vez del espacio: del conventillo a la casa, una vez y otra, de la casa al conventillo y otra vez hasta el retorno final dibuja su laberinto en el que encierra la historia de las mujeres chilenas populares, en una crónica teñida de humor, dramatismo y ternura, poco vista en la literatura contemporánea de hoy.


Eugenia Brito. Enero/ 2014.

domingo, 19 de enero de 2014

Cómo hablamos cuando hablamos La atenuación en el castellano de Chile, entrevista a Juana Puga, Revista Paula

Hablar con evasivas
17 ENERO, 2014

JUANA PUGA

HABLAR CON EVASIVAS

La doctora en Lingüística Juana Puga acaba de lanzar un libro en el que, con erudición y humor, analiza cómo en la conversación cotidiana los chilenos somos expertos en irnos por las ramas, minimizar, ocultar o decir una cosa por otra con tal de evitar el temido conflicto.
Por Catalina Mena / Fotografía: Rodrigo Chodil / Producción: Belén Muñoz / Ilustración: Silvia Caracuel
Paula 1138. Sábado 18 de enero de 2014.
Cómo hablamos cuando hablamos, la atenuación en el castellano de Chile (Ceibo, 2013) es la investigación que la doctora en lingüística Juana Puga da a conocer en Chile; una reedición de su tesis realizada en la Universidad de Valencia hace ya varios años.  Junto a este libro entrega un inventario donde ofrece más de setecientos ejemplos extraídos fundamentalmente de periódicos de diversas partes de Chile, de la televisión y de sus trabajos. En ellos demuestra cómo en nuestras conversaciones cotidianas los chilenos usamos gran cantidad de recursos para mantener la cortesía y evitar el conflicto; “recursos de atenuación”, los llama Juana y asegura son miles y de distinto tipo.
“El diminutivo (tomemos un cafecito) y los eufemismos (decir tránsito lento en lugar de estreñimiento crónico) son los recursos más evidentes, pero hay muchísimos más: el tono bajo de voz, las verdades a medias, las perífrasis verbales (decir ‘me voy yendo’, en lugar de ‘me voy’), las explicaciones, las justificaciones, las disculpas, las preguntas y el condicional (’¿podrías cerrar la ventana?’, en lugar de la orden ‘¡cierra la ventana!’), etc. También hay muchas expresiones que nos permiten no hacernos responsables de lo que pensamos, ‘como dicen por ahí’; ‘se dice que’. Una expresión muy de moda actualmente es decir ‘no es menor’, para señalar que algo es importante; esta figura se denomina lítotes y consiste en negar lo contrario de lo que se quiere decir”, explica Puga.
¿Por qué se te ocurrió investigar este fenómeno?
El trabajo comenzó hace 20 años cuando me fui a Valencia a estudiar un doctorado en Lingüística. La mayoría de los latinoamericanos que vivían ahí se quejaban de que los españoles eran muy duros en el trato, demasiado directos, en ocasiones, incluso, descorteses. Me interesó esa diferencia cultural que se manifiesta en el lenguaje.
¿Y cómo tú, personalmente, experimentaste esa diferencia?
Lo primero es que en España recuperé mi nombre: volví a ser Juana. Aquí todos me dicen Juani o Juanita. Otro ejemplo. Una vez le pregunté a la señora Luchi, mi vecina en Valencia, cómo encontraba que hablábamos el castellano los chilenos: ‘es que no llegáis’, me dijo. Esto porque damos demasiadas vueltas para decir las cosas.
¿Hubo alguna situación que te sorprendiera o te chocara?
Había situaciones que me desconcertaban. Por ejemplo, me invitaron a comer donde una amiga que trabajaba en la universidad. Cuando me quise ir le dije: ‘me voy yendo’ y como una puñalada recibí su respuesta: ‘porque quieres’. El chileno cuando dice ‘me voy yendo’ espera que intenten retenerlo: ‘pero por qué tan temprano, quédate un poquito más’. Se produce una negociación de la partida. El español dice: ‘me voy’ y le contestan: ‘porque quieres’. Para él esto es lo cortés y equivale a decirle: ‘yo estoy feliz contigo, pero si tienes que irte, adelante’. En España las jerarquías estaban mucho menos marcadas, porque es un país menos estratificado socialmente que Chile. Una vez iba saliendo de mi departamento y estaba la ‘chica de la limpieza’ (que no es ‘la nana’). Y me dice: ‘No irás a salir con ese jersey, porque te sienta fatal’. Eso en Chile es impensable. Otra situación. Acá en clases de pilates la profesora dice: ‘piensen que tienen una monedita en el pompis que no se les puede caer’; en Valencia, la instrucción en el gimnasio era: ‘apretad el culo’.
¿Y cómo hiciste para armar un modelo tan completo para interpretar el fenómeno a partir de esos retazos de experiencia?
El modelo fue surgiendo a partir de miles de ejemplos que sacaba de todas partes. Los ejemplos respondían a la pregunta ¿cómo atenuamos? Por otra parte, para dar cuenta de los contextos y del enfoque cultural, me preguntaba ¿por qué atenuamos y en qué situaciones?
¿Sigues obsesionada encontrando atenuaciones en todas partes?
Siempre llevo conmigo una libreta y juego a anotar los recursos de atenuación que escucho en la calle, en la tele o la radio. Más que una obsesión, es un juego. Mi oreja es muy sensible a los atenuantes, no se le escapa ni uno. Cuando me da por interrumpir al que está hablando para hacérselos notar, puedo ser insoportable.

jueves, 16 de enero de 2014

NICOLÁS POBLETE. En la Isla/On the Island. Santiago de Chile, Ediciones CEIBO dentro de los mejores 10 libros de narrativa 2013 de Julio Ortega



En la extraordinaria constelación de nuevos narradores chilenos (Lina Meruane, Andrea Jeftanovic, Alejandra Costamagna, Mike Wilson, Alejandro Zambra, Álvaro Bisama, Claudia Apablaza, Carlos Labbé, Felipe Becerra Calderón…), en la que cada quien ejerce un territorio de la lengua que refuta la genealogía de las grandes articulaciones locales, irrumpen los ensayos narrativos de Poblete (1971), quien en No me ignores (2010), debutó rescribiendo la robusta tradición chilena de la familia y el crimen, esas dos formas del relato de la institucionalidad, una y otra vez puesta a prueba por la pasión de esclarecimiento que anima a esta narrativa.  En la Isla la alegoría, sin embargo, ocurre por cuenta del lector, ya que la novela ofrece más bien un cuadro sintomático: vemos la escena de la violencia, la ausencia del padre, la pérdida del lugar, pero se nos escamotea su relato. El lector debe deducirlo, entre la madre histérica, la hija que la cuida, y la otra hija, abogada ella, que visita la casa, esa isla de sobrevivientes arruinados por la culpa.  La crueldad mutua las mantiene furiosamente vivas, en una naturaleza hostil y primaria, donde la víctima y el victimario intercambian sus armas. Escrita con brío y gusto, esta pesadilla matrilineal de las brujas que asolan la literatura nacional, está aliviada por su desenfado, el cual supone la complicidad del lector.  El hecho de que este libro incluya su traducción al inglés (página al frente, como un espejo) sugiere una irónica guía de viaje al interior de un mundo bilingue y, a la vez, afásico.

https://www.elboomeran.com/blog/483/blog-de-julio-ortega/