Presentación de "En la Isla" de Nicolás Poblete.
Ceibo Ediciones, 2013
Por Jorge Arrate
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Dos hermanas constituyen el eje de la novela En la Isla, de Nicolás Poblete, publicada por la Editorial CEIBO, esa apreciable sociedad de amigos del libro hermoso y desafiante que, de este modo, persevera en su línea de literatura de ficción. Dos hermanas. Lo anuncia la portada del libro, un diseño de Eugenia Prado, basado en una obra de Voluspa Jarpa: dos personas, dos seres, dos hermanos, dos hermanas. No lo sabemos a simple vista. Las dos figuras humanas, estrambóticas, de extremidades deformadas, de perfiles quizá idénticos la una a la otra, aparecen desnudas haciendo una cabriola, en una postura corporal que pudiera ser una contorsión histérica, una suerte de vuelta de carnero en que la cabeza y espaldas de una están apoyadas, respectivamente, en las espaldas y la cabeza de la otra. ¿Están pegadas, son seres siameses con un acoplamiento asimétrico que los hace doblemente extraordinarios, seguramente únicos? ¿O esas junturas son simplemente puntos de apoyo, ni membranas ni enlaces cartilaginosos, sino la representación de los vínculos indisolubles que pueblan invariablemente una relación fraternal? ¿O se trata de un raro espejo con reflejo invertido? Una de las hermanas aparece sobre un fondo blanco atravesado de arriba abajo por una franja roja que, en parte, cubren los dos cuerpos. La otra hermana se perfila en un fondo gris, opaco, como cielo cargado de tormentas o como una humareda espesa, uno piensa que impenetrable. La textura de ambos cuerpos es distinta, una es más granulosa, la otra se ve como una superficie más lijada. Emerge entonces un espacio irregular pequeño entre las dos, un atolón, un islote, una isla roja, rojo sangre. ¿La sangre o la madre serán ese islote? ¿Cuál de las hermanas vivirá en la resaltante limpidez del blanco surcado por el rojo, cuál en la opacidad del gris? ¿Qué dirá nuestro autor?
En la primera página de la novela encontramos al menos tres claves: primero, las niñas, Rocío y Silvia, y entonces ya sabemos que son mujeres, que son hermanas. Nos enteramos que su madre se llama Juana. Es un nombre que ya no aparece, desde hace más de una década, entre los sesenta nombre propios de mujer que más se utilizan en Chile; hoy Juana prácticamente no es, apenas perdura, porque aún sobreviven mujeres de aquella generación en la que Juana aún existía. El personaje Juana, pienso, debiera ser una mujer anciana y tradicional. Y lo es. También aprendemos que las tres mujeres están en una isla, que es en realidad una isla al cuadrado o, si ustedes prefieren, dos veces isla, porque es una isla que está en un lago que a su vez está en la isla; en la isla de Chiloé. Es una isla rodeada de agua dulce, “de aguas estancadas”, nos dice el autor; desde sus orillas o montículos es imposible ver el Caleuche cuando se aparece, nos dirá más adelante.
Tanto la relación entre hermanos como el aislamiento han sido, cada uno en sus muchos vericuetos y extensiones, explorados en la literatura y en el cine (la novela En la Isla, aprovecho la ocasión de decirlo, posee imágenes de gran fuerza cinematográfica, por eso hago la referencia).
Nicolás Poblete recoge las dos temáticas. Por una parte, ejecuta una ávida exploración de la familia, por la otra indaga en el universo del aislamiento y la relación entre el adentro y el afuera que le dan contexto. La novela va enhebrando las vidas de Rocío y Silvia, mestizas que eligen senderos diversos: Rocío, aquel mundo que hay más allá de la isla en la que está la isla; Silvia, el pequeñísimo universo territorial y humano de la isla doblemente encerrada. Cuando se juntan las hermanas con su madre, una mapuche huilliche, Juana, doña nadie, diríamos, el nudo se revela, la anciana da curso a viejos rituales y expresa sus rencores en los momentos más lúcidos de su demencia senil, en un ejercicio dramático de defensa de su reducida memoria y de su identidad acosada.
El contexto en que se despliega la novela, en particular el escenario geográfico, es también protagonista. El tramado interno de los personajes está fuertemente ligado a ese contexto. Desde el punto de vista estrictamente literario Nicolás Poblete establece en este ámbito un diálogo intertextual con una novela de Rubén Azócar, que desafortunadamente no he leído aún, escrita en los años treinta del siglo pasado, denominada Gente de la Isla.Poblete escenifica su novela de un modo tal que, progresivamente, se convierte en una metáfora de nuestra sociedad rapaz, subordinada a la filosofía mercantil. Emerge en ese marco la relación ambivalente y destructiva que el Estado y la sociedad chilena, en general, han establecido con los habitantes originarios al sur del Bío Bío. Lo sabemos pero no lo decimos suficientemente, lo sabemos y hacemos como que no, lo sabemos y no lo sabemos: es imposible no observar en el último siglo y medio de nuestra historia republicana una tentativa no confesada, un deseo oculto, de superar el problema histórico de la usurpación de las tierras mapuche y el aplastamiento de esa identidad mediante políticas de integración que implican, a largo plazo, la extinción como pueblo o, en el mejor de los casos, la conservación de espacios con intención museológica o turística. A pesar de esta prolongada tentativa, que ha tomado diversas formas, sustentada en una supuesta inferioridad de los habitantes originarios, en el poder empresarial y en políticas y acciones oficiales, el pueblo nación mapuche ha sobrevivido. Aunque la represión en su contra arrecia en estos días, hay indicaciones que apuntan a tímidos avances, aperturas, correcciones posibles, no seguras, pero posibles. Una encuesta reciente muestra que aproximadamente dos tercios de los encuestados expresan una sensibilidad favorable a la causa mapuche. Un precandidato presidencial señala que el Estado chileno debe pedir perdón al pueblo mapuche y una precandidata que la aplicación de la ley antiterrorista durante los gobiernos del siglo veintiuno “fue un error”. Hay muchos mapuche que fueron condenados por ese error y que cumplieron o cumplen penas de cárcel, muchos otros están en prisión preventiva, en procesos donde se ha invocado la ley antiterrorista. Es decir, el error sigue produciendo sus efectos. Luego, hay que corregirlo. Y hay formas bien concretas de hacerlo, pero no es un tema que deba desarrollar ahora.
No existe una postura partidista, ni un amago de polémica política -como en mi caso- menos aún un propósito panfletario, en el texto En la Isla y, sin embargo, desde mi lectura, definiría su género como novela político social. Lo exótico ha invadido aquella isla. Los árboles originarios han perdido espacio y lo siguen perdiendo, cada día, ante el avance de las coníferas, apoyadas por potentes subsidios estatales que engrosan las ganancias de los grandes conglomerados (esto no lo dice Nicolás, lo digo yo, y no es para criticarlo, entiendo que “subsidio” no es una palabra apta para la poética del autor y menos aún “estatal”). Hasta allí han llegado las coníferas, a la isla que es dos veces tal. Además, Nicolás no necesita decirlo, todos los sabemos, pero como sociedad hacemos como que no. Es que la hipocresía reina en los bosques del sur, como también en las vetas de cobre y de oro, en las sales de litio en el norte, en el agua de ese mismo norte, del centro y del sur. Sinceramente, me ha impactado que en el inicio de las campañas presidenciales, que tuvieron lugar hace un par de semanas, no se hubiese pronunciado la palabra “cobre”. Escuché con atención interesantes discursos de proclamación de candidatos por los que no siento antipatía y no escuché una sola vez esas cinco letras juntas… Disculpen, me he ido por un ramal, por así llamarlo, un ramal que Frei Montalva llamaba la “viga maestra” y Allende el “sueldo de Chile”…
Vuelvo al texto de En la Isla. No sólo los árboles son extranjeros, también los animales. Se trata de ciervos. Con ellos aparecen los cotos cerrados, prestos a recibir cazadores que viajan miles de kilómetros a disfrutar la muerte de esos pacíficos príncipes veloces con cornamentas apoteósicas. Las hermanas son mestizas ---¡y qué mestizas!---, ambas llegaron a la universidad, pero una se decidió por el afuera y la otra por la isla y su madre. La isla no verá el Caleuche, pero la televisión sí llega hasta allí y con suerte Rocío hasta puede lograr una comunicación por celular. Los vidrios de la cabaña en que vive Silvia y que visita Rocío, fueron pegados con masilla, pero mucho más tarde el deterioro y sus rendijas fueron cubiertos con la “moderna” silicona. El tiempo pasa y hasta esa isla ha cambiado: pinos, ciervos, silicona, televisión, satélite.
Nicolás Poblete, como en otras de sus obras, muestra una fascinación por el mundo animal. Pero, una vez más, en la novela no hay una línea prístina que distinga claramente a esta categoría. Conviven entre sí los ciervos ya citados, las aves, los insectos, los peces, los vermes, los borregos, un perro, con nombre y todo, dos en realidad, los dos con nombre, y, ya lo sabemos, nosotros, los humanos, que nos hemos constituído en animales jueces supremos de toda la grey. Uno de los perros ha matado un borrego y ha disfrutado el gusto salobre de la sangre, se ha cebado y es un peligro para los ciervos, cuya muerte está reservada sólo a humanos adinerados que quieren vivir el momento climático y sensual del asesinato.El perro se ha convertido en un competidor de los humanos, disputa con ellos la misma valiosa presa. Por eso lo condenan a ser sacrificado.
¿Cuántos espacios nuestros son como la isla? ¿Cómo se bate allí la “civilización” ante la “barbarie”? ¿Quiénes son los bárbaros? ¿Seguimos acaso siendo “salvajes” los que creemos no serlo y permitimos la depredación de pueblos y culturas, de tierras y mares y subsuelos en nombre de un “crecimiento” cuyos frutos se concentran en unos pocos o de una idea de “modernización” que excluye y desintegra?
En la Isla da qué pensar. Es destacable que el libro sea una edición bilingüe, en español e inglés, ya que muchas veces problemáticas como la que trasunta esa isla no son apropiadamente percibidas en el exterior, donde la propaganda disfraza de semiparaíso el progreso material que el esfuerzo de los chilenos ha generado, tan mal repartido como sabemos, y presenta como casi milagroso el masivo acceso a tecnologías creadas en el primer mundo que ha tenido lugar en los últimos decenios. Por suerte, pareciera que ya nadie se atreve a tapar la realidad con un dedo, ni siquiera los que la negaron u ocultaron porfiadamente. Hablo de la sombra que significa para el país la patología de la desigualdad. Pero, algo es algo: ya es inocultable.
Vuelvo a la portada y trato de ubicar allí a Silvia y a Rocío, pero no sé cómo hacerlo. ¿Quién es quién? ¿Dónde está cada una, en el espacio más diáfanoy sangriento o en el más opaco e insondable? ¿Cuál es cuál? Esta última es en realidad la pregunta más inquietante. Las hermanas son seres humanosy es un ejercicio inútil contraponerlas de un modo binario. A través de ellas y sus conductas hay fuerzas que se mueven y las condicionan. Que nos condicionan.
En este tejido incierto y tendencioso, de sombras que no son y espejos que son mudos, Nicolás Poblete echó a volar su prolífica imaginación -siempre, siempre impactante-, su admirable capacidad de dar significado a los detalles, su escritura que atraviesa desde lo fantástico a lo terrible, de lo quimérico a lo cotidiano, y que sobresalta cuando desnuda una realidad que se ha pretendido vestir de gala para cubrir sus heridas abiertas.
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