Es un honor
para mí presentar en esta ocasión dos libros de Juana Puga Larraín, Doctora en
Filología Española por la Universidad de Valencia, y que actualmente se
desempeña como docente de la Universidad Diego Portales. Antes de hacerlo, me
gustaría solicitar el permiso de ustedes para mencionar algunos datos de su
autora que me parecen relevantes y que permitirán contemplar su trabajo desde
una perspectiva diferente a la que se espera de una lingüista tradicional.
Juana Puga es investigadora, profesora, una aficionada a la fotografía que ha
hecho –además- dos documentales, y poetisa. Como investigadora, ha publicado
varios libros y artículos en editoriales y revistas nacionales e
internacionales; como profesora trabajó durante doce años en la Universidad de
Concepción, donde, paralelamente a su labor docente (dictando cursos de
pragmática, atenuación, análisis de la conversación, gramática española, latín
y escritura académica), contribuyó a crear el Programa de Lengua y Cultura de
la Universidad de Concepción, con estudiantes de la Universidad de California.
La necesidad de vincular a los alumnos extranjeros con la cultura local la
llevó a diseñar un enfoque de la enseñanza del español como lengua extranjera
distinto al tradicional. Su honestidad intelectual se puso a prueba y, por
ello, decidió volver a España con el propósito de sacar esta vez un Magíster en
Enseñanza del Español como segunda Lengua. Su enfoque recibió un reconocimiento
académico en la medida en que fue el tema de la tesis que presentó al término
de sus estudios. Lo que quiero destacar con esta presentación, que –sin duda-
ya se alarga un poco, es que estamos frente a una mujer seria y multifacética;
sesuda pero al mismo tiempo poética; aventurera pero de desembarco en puertos
seguros. Amiga de las letras pero, sobre todo, amiga de la vida y de la gente.
Se emociona con un verso de Virgilio, pero también con una plaza de barrio y
con la conversación de su gente, con sus esperanzas y tribulaciones. En fin, no
podemos esperar de ella una lingüista académicamente pura, es decir, teórica,
encerrada en su oficina elaborando “papers”, sino más bien una investigadora de
campo, que goza recopilando información en terreno, entrevistando y grabando el
hablar de la gente, de su gente.
Estos dos libros, señoras y señores, son fruto precisamente de esta actividad
gozosa, de este quehacer vital y sensible, en síntesis, son producto de su
vida. El primero, Cómo hablamos cuando
hablamos: la atenuación en el castellano de Chile, corresponde a la segunda
edición (aunque primera en nuestro país) de su tesis doctoral, La atenuación en el castellano de Chile: Un
enfoque pragmalingüístico, defendida en la Universidad de Valencia, en
febrero de 1996, y publicada por esa universidad en 1997. En el segundo libro, Cómo hablamos cuando hablamos: Setecientos
tres ejemplos de atenuación en el castellano de Chile, Puga presenta un
nuevo modelo de la atenuación que responde a acciones y movimientos que realiza
el hablante para atenuar sus enunciados:
reducir, dilatar, dar rodeos, omitir, sustituir, negar, preguntar, etc., y
ejemplos tomados de diversas fuentes, que ilustran el modelo.
Comenzaré con
el primero: Cómo hablamos cuando
hablamos: la atenuación en el castellano de Chile. Este libro nació durante
su estadía en España, al notar una serie de ocurrencias lingüísticas que
hablaban de una diferencia importante entre el hablante chileno y hablante
español. Lo que llamó poderosamente su atención fue la forma mucho más directa
y enfática de este último a la hora de dirigirse a su interlocutor. Esta
experiencia personal la llevó a proponer para su tesis doctoral el estudio de
este fenómeno, gracias a lo cual adoptó la noción de atenuación, un aspecto de
las lenguas, si no desconocido, muy poco abordado de manera sistemática en nuestra
región. Y en este punto me permitiré ser muy enfático: Juana Puga, al estudiar
el estado del arte sobre este tema, descubrió que, antes de ella, varios
autores habían hablado de determinadas estructuras que atenuaban el lenguaje,
pero de forma aislada. Aquellos autores eran Beinhauer, Haverkate y Ducrot,
entre otros. Con estos antecedentes, Juana Puga se propuso entonces llevar a
cabo un trabajo que permitiera por primera vez aunar y sistematizar las
expresiones lingüísticas que marcaban esa importante diferencia entre el hablar
de chilenos y españoles, utilizando como criterio ordenador la actitud de los
hablantes. El libro que comentamos consta de tres partes. En las dos primeras
(I. De la necesidad de la atenuación y II. Cómo opera la atenuación), Juana
Puga presenta el modelo de la atenuación que logró construir finalmente desde
un enfoque “pragmalingüístico”. En la tercera (III. La atenuación en el
castellano de Chile), describe precisamente la forma característica de
atenuación de los chilenos. Otra diferencia importante que se puede apreciar
entre los estudios que preceden a Juana Puga y esta obra es la noción misma de
atenuación. En efecto, Haverkate establece una relación entre “atenuar” y
“distanciarse”, mientras que Puga define la atenuación como el gesto que hace
el hablante (el yo) de distanciarse
de lo que interviene en la situación comunicativa.
El yo se distancia de sí mismo, del
mensaje, del interlocutor y del tiempo presente. ¿Cómo lo hace? Por ejemplo, se
distancia del yo, refiriéndose a sí mismo como nosotros, tú, uno(a); se distancia del mensaje, por ejemplo, por
medio de una serie de recursos de atenuación. Mencionemos algunos: 1)
eufemismos (tránsito lento, por estreñimiento crónico); 2) lítotes (tengo un problema no menor, por tengo un problema mayor); 3) preguntas (¿podrías cerrar la ventana? por cierra la ventana); 4) diminutivos,
palabras y expresiones del tipo: como, medio, un poquitito, lenteja,
reguleque, maometano, etc. (Por ejemplo: estoy como cansado, ando medio bajonia’o, espérame un poquitito; Manuel
es bien Lenteja; tengo un sueldo reguleque; la relación con mi pololo es
maometana; etc.). Una de las razones que explicaría la mayor atenuación que
existiría en Chile (y, por extensión, en América) respecto de España sería la
marcada estratificación social de nuestro país, aunque Puga está consciente de
que hay otras razones que la exceden como lingüista, las que deben ser buscadas
en disciplinas como la historia, la psicología, la antropología y la
sociología. Es una idea que refuerza el excelente prólogo del libro, escrito
por el sociólogo Jorge Larraín, quien relaciona la atenuación con el fenómeno
de la “simulación”, tan propia de nuestra identidad como chilenos.
A
continuación, pasaré al segundo libro, Cómo
hablamos cuando hablamos: Setecientos tres ejemplos de atenuación en el
castellano de Chile. Como señalé al comienzo, en este libro Juan Puga
presenta un nuevo modelo de la atenuación, esta vez basado en la pragmática
interpersonal y de las interculturalidades. Según la especialista en Filología
Románica, Micaela Carrera de la Red, quien escribe el prólogo de este libro,
“es precisamente desde esa perspectiva donde se puede conseguir el equilibrio
entre la creación de reglas generales, la presencia de estereotipos y las
diferentes prácticas de habla en culturas específicas hasta conseguir respuesta
certera a preguntas tales como ¿cómo ser chileno?, ¿cómo ser español?”. Es
evidente que en este punto asistimos al desarrollo de un modelo explicativo de
mayor alcance, lo cual habla de la madurez de su obra a lo largo de estos años.
Además, Puga, con este libro, enriquece su trabajo al incorporar más de setecientos nuevos
ejemplos, a través de un estudio más bien de carácter holístico, en la medida
en que la autora renuncia a trabajar con un corpus definido, pues, según ella,
“no se trataba de dar un catastro acabado de los recursos de atenuación, sino
de intentar sistematizar el fenómeno”.
Para
terminar, diré lo siguiente. Nos encontramos ante un trabajo original, novedoso,
que ha abierto puertas hasta hace poco desconocidas o insospechadas, no solo en
Chile, sino también en Hispanoamérica; que tiene la frescura de los primeros
lingüistas, de esos que viajaban por vastos territorios buscando información
relevante, como aquellos hermanos Grimm, quienes, “sin querer queriendo” (una
atenuación más, por qué no), llegaron a ser nada menos que fundadores de la
Filología Alemana. Juana Puga es de las nuestras. Celebro sinceramente la
aparición de estos dos libros en Chile, para que los conozcan no solo los
especialistas, sino también la gente que no forma parte del ámbito académico,
los “informantes”, los hombres y mujeres que usan el idioma en las ciudades, en
los barrios y en las plazas de nuestro país, los que podrán reconocerse en
estos libros como quien ve su rostro en un espejo.
Juan Carlos
Palazuelos Montecinos
Dr. en Filosofía y Letras por la Universidad de Friburg (Alemania)
Docente de la Universidad Adolfo Ibañez
2 de noviembre de 2013, Feria Internacional del Libro de Santiago
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