domingo, 13 de abril de 2014

Espectro familiar de Nicolás Poblete por Marcelo Leonart




El espejo encerado

-Sobre Espectro familiar de Nicolás Poblete y sus deleitables terrores-


“He visto las grietas que se abren hacia lo negro.”

Del cuento Quirquincho, incluido en el libro Espectro familiar de Nicolás Poblete

Existe una frase escrita por Jorge Luis Borges para el prólogo de una edición en castellano de las Crónicas Marcianas de Ray Bradbury que siempre he recordado literalmente y que, ahora que escribo estas líneas, confirmo con el viejo ejemplar de editorial Minotauro que tengo en mis manos. En él, un cincuentón Borges, tal vez ya atisbando a manchas su ceguera amarillo patito, rememoraba su encuentro —en el año 1909— con el género del horror extraterrestre a través de Los primeros hombres en la luna de H. G. Wells y lo comparaba —obviamente que para bien— con los escalofríos sufridos con su reciente lectura de las crónicas de Bradbury, escritas cuando ir a nuestro satélite natural era una fantasía, y no como ahora, que hasta al mismísimo Marte miramos con los dientes largos, tal como lo veían los personajes del viejo Ray. Terminando su prólogo, Borges afirmaba que el libro del por ese entonces joven autor norteamericano, le había hecho revivir, en el otoño de 1954, “aquellos deleitables terrores”.

Espectro familiar, el nuevo libro de relatos de Nicolás Poblete, no tiene como protagonistas ni a marcianos ni a selenitas. Sus paisajes están muy lejos de los cráteres lunares de Wells o los oceános de arena descritos por Bradbury en su obra maestra. Pero de algún modo, tal vez por esa frase de Borges que desde hace mucho tiempo resuena en mi cabeza, aquella atmósfera ominosa se me ha colado en su lectura.

Los cuentos de Espectro familiar —relatos, hay que decir, urbanos, chilenos y rabiosamente actuales— bucean de una manera perversa, cruel y a la vez extrañamente cariñosa, por los recovecos de personajes heridos y desfasados en sus propios órdenes sociales y familiares. Sus protagonistas, muchas veces sus narradores o narradoras, habitan el mundo con una sensación de alerta, atentos y atentas a los detalles de su particular interés, y temerosos ante ambientes —dentro y fuera de las paredes de sus propios hogares— que aparecen hostiles y amenazantes, incluso en el ámbito más cotidiano. Nicolás Poblete, con un ojo que se inmiscuye, pero que no por eso deja de ser a veces frío y clínico, va hilvanando sus tramas complejas como una telaraña que nos enreda poco a poco en el lenguaje, en la atmósfera, en los sucesos narrados y en los omitidos, como si nosotros mismos fuéramos las víctimas de una película de terror, y él —el autor detrás de estos notables y escalofriantes cuentos— el monstruo o asesino que nos tiene página tras página, hasta la última de ellas, a su disposición.

A no engañarse, sin embargo. En este libro —donde no tan soterradamente, nos encontramos con materiales altamente explosivos, desde parricidios y  abusos, hasta violaciones y suicidios, muertes dolorosas, terremotos y réplicas— hay historias que parecieran extraídas de las páginas de la crónica roja. (Ahí está Qué seas feliz donde se narra, a través de una carta de un hombre a la madre de sus hijos, el suceso de un parricidio feroz, el que no por anunciarse en las primeras líneas deja de ser impactante). Pero el grueso de las historias parecen sumergirse en ese ámbito privado, cargado con el inevitable peso de lo no-dicho. Lo que no aparece en los diarios. Lo que, a veces, ni siquiera puede expresarse en una conversación íntima. Lo que, de algún modo, sólo nos guardamos para nosotros mismos. El material ideal para que un narrador de fuste —que se sumerge en la ficción como en un terreno virgen para explorar a punta de observación, imaginación y palabras— transforme esas sensaciones en relato.

Y es ahí, creo yo, donde está la fortaleza de este Espectro familiar. Porque la mirada siempre lateral, oblicua y fuera de la zona de confort de Nicolás, nos hace presenciar escenas que se nos aparecen como nunca vistas y tan atípicas, que consiguen capturar nuestra atención apenas empiezan a materializarse en nuestra cabeza. Como la historia narrada en Primates suicidas, donde una extravagante y liberal tía lleva su sobrina a un refugio en Farellones para desconectarse del mundo y recuperarse de los traumas de una reciente violación. La historia de las venturas y desventuras sexuales de Karina (la tía) y su marido, narradas con desfachatez por ella misma, parecen chirriar de un modo turbador ante la traumática historia de abuso protagonizada por Paulina, la sobrina (en un hecho que alguna vez me pareció leer, efectivamente en alguna página de crónica roja), lo mismo que el posterior encuentro con dos jóvenes con ganas de beber y quizás algo más, que terminan cercando a la joven abusada en torno a sus fantasmas. O la arquitectura narrativa de Señuelo, en la que un padre busca en los archivos del computador de su hijo las posibles causas de su suicidio, como un detective privado buscando los indicios de una muerte insoportable y que nos lleva a un inquietante mundo que incluye liebres muertas y galgos de carrera, veloces y hambrientos detrás de su presa.

O como la historia de Testarudo —para mí una de las cumbres del libro— donde un personaje muy original (un modelo fotográfico chileno residente en Córdoba y obsesionado con los perfumes) se ve obligado a volver a su patria con urgencia, para ayudar a su padre viudo y anciano a buscar a su madre muerta de cáncer (o tal vez su fantasma) en los dolorosos límites de la antigua casa paterna.

Como se ve, Poblete se atreve a desplegar su material donde otros solo dejan espacio para historias pequeñas y en sordina. Su ferocidad es la ferocidad de los escritores que observan la vida y la vuelven literatura. Nunca al revés. Porque el asalto que el autor pretende con estos relatos es ni más ni menos que dar testimonio de lo mencionado más arriba como epígrafe de este texto, y que ahí vuelvo a repetir.

“He visto las grietas que se abren hacia lo negro.”

Esta frase, enunciada en Quirquincho, uno de los más oblicuos e impactantes cuentos de Espectro familiar, me parece que es la frase que aúna el espíritu de todo el libro. En el mencionado relato, la narradora-protagonista, una niña-adolescente que se vanagloria de sus resultados en concursos escolares, rememora ante el espejo de un tocador construido por su padre, su distorsionada visión del abuso que fue objeto junto a su amiga Camila por un lumpérico grupo de flaites. Aquí —junto con el uso metafórico de la figura del quirquincho y su caparazón que lo protege de una manera insólita de sus naturales depredadores— lo sorprendente es cómo Poblete ubica, al inicio del cuento, en un momento crucial del libro y de manera magistral, la descripción del espejo del tocador donde la protagonista cuenta su historia.

Cito:“La madera está agrietada, como si la hubieran mojado y luego expuesto al sol durante meses. La pintura rosada ha empezado a descascararse revelando astillas ásperas. (...) El espejo también está opacado. He partido una vela por la mitad y con las dos manos he frotado los tubos sobre el espejo, como quien raya furiosamente con tizas. Claro que sobre el vidrio la cera no resalta tan evidentemente, más bien, el óvalo ha perdido su anterior brillo, y frente a él da la sensación de estar bajo el agua, intentando ver algo a través del agua turbia. (DESTACO) Sólo percibo una aproximación de cara, la mía, cuando siento la necesidad de verificar que aún hay un reflejo ahí.”

Al leer este trozo en el contexto de una lectura total de Espectro familiar se puede proyectar, estimo, una estructura de sentido que aglutina a cada uno de los relatos. Los espectros familiares de su título no son necesariamente los fantasmas de nuestros muertos como en las clásicas historias de terror. O, para poner el ejemplo, como los mutuos fantasmas de marcianos y humanos en las crónicas bradburianas. Los espectros son nuestras propias confusas historias —personales y familiares— que Nicolás Poblete busca asir e hilvanar con su prosa detallista y muchas veces delirante. Y esas historias —a veces en nuestras vidas y por cierto que en este libro— están vistas como a través de ese espejo opacado. Como aproximaciones a nuestros propios rostros. Y que no son nuestros rostros, quizás por el solo hecho de que no queremos reconocernos en lo que vemos ahí.

Vuelvo a Bradbury y vuelvo a Borges. Hace años, encerrado en mi pieza el invierno de 1984, descubrí con perplejidad —a través de las Crónicas Marcianas— la presencia de un nuevo tipo de horror que no incluía ni a monstruos ni vampiros.

Hoy, en estos extraños días de 2014, con  de Nicolás Poblete, asaltado por un mundo cotidiano y ominoso como las vidas de todos y cada uno,  he vuelto a revivir —Borges dixit—  “aquellos deleitables terrores”.

Muchas gracias por escribirlos, querido Marciano. Un placer participar en su bautismo.


Santiago, 11 de abril de 2014

sábado, 12 de abril de 2014

Entrevista a Nicolás Poblete en El Mercurio. Espectro familiar, nuevo libro de Ceibo Ediciones



Nuevo libro de relatos
Nicolás Poblete: el horror de lo más íntimo

El escritor chileno publica "Espectro familiar", donde demuestra la potencia que pueden alcanzar los dramas en el círculo más cercano.  


Constanza Rojas Valdés 

Nicolás Poblete es de esos nombres que probablemente cada vez suenen más en el panorama de escritores chilenos. Ha sido elogiado por críticos como Camilo Marks, quien lo incluyó en su antología "Los mejores cuentos chilenos del siglo XXI", y el peruano Julio Ortega escogió su libro "En la isla" (Ceibo) entre los mejores de 2013. Poblete, de 42 años, se siente afortunado por eso, pero logra tomar distancia de los aplausos al hablar de su obra. No así de la multitud de autores que ha leído y de toda la teoría que ha absorbido en su formación como académico.
Periodista de profesión, estuvo en el taller de Diamela Eltit y estudió un doctorado (y un posdoctorado) en literatura en la Washington University. Actualmente vive en Chile, y hace clases en la Universidad Chileno-Británica de Cultura.
Ha publicado libros como "No me ignores", "Cardumen" y "En la isla", una breve novela en versión bilingüe. "Con la editora de Ceibo pensamos en hacer un proyecto más estrambótico, porque un texto bilingüe es raro, no es tan común en ficción narrativa", comenta el autor.
"En la isla" era inicialmente uno de los relatos de "Espectro familiar", el libro de cuentos que acaba de publicar, también con Ceibo. En este nuevo volumen Poblete reúne nueve narraciones creadas en los últimos años, que tienen a la familia como el punto común más evidente. Un hombre que trabaja de temporero escribe una carta suicida a su mujer, porque piensa matarse junto con las hijas de ambos; una joven recién violada va a un refugio en la nieve con su tía; una mujer camina sola a oscuras en su departamento después del terremoto de 2010, ya que su marido ha escapado con la guagua de ambos.
Todas las historias están articuladas por lazos de sangre, pero el foco de los relatos va más allá. Para Poblete la familia solo resulta el escenario perfecto: "Da la posibilidad de hablar de una serie de problemas y horrores. La familia es un depósito en el cual se puede instalar el terror de manera muy, muy potente; sobre todo el psicológico. Aquí no hay investigaciones de detectives, sino el terror inmerso en lo cotidiano, en lo más doméstico. Esa idea de que el enemigo está dentro de tu casa".
Para lograr este efecto, Poblete explora distintos tipos de narraciones. En ocasiones recurre a la corriente de la conciencia para acceder a lo más íntimo del personaje, en otras el narrador es más distante y omnisciente. Algunas historias partieron de breves noticias que encontró en diarios y que lo impactaron; pero tiene claro que su foco siempre está en los personajes. Más que los acontecimientos, lo que le importa es el efecto que provocan en el ser humano. "Lo más importante es permitirle al personaje que él hable; no puedo ponerle trabas, hay que darle la libertad que requiere", resume Poblete.


jueves, 20 de marzo de 2014

“Cómo hablamos cuando hablamos. La atenuación en el castellano de ” de Juana Puga en emol

Juana Puga: Las razones de por qué los chilenos hablan con evasivas


Esta lingüista lleva años estudiando la forma como hablamos y asegura que lo hacemos con evasivas, entre otras razones, por un conflicto con el poder, o sea, para no incomodar ni al que domina ni al subordinado.

Por María José Errázuriz L.
Ju. 20 de marzo de 2014, 08:03
En Amazon, el libro “How to survive in the Chilean jungle” (como sobrevivir en la jungla chilena) es descrito como el texto perfecto para entender a los chilenos, o mejor dicho cómo hablan. Y la verdad es que ese libro, que ya tiene dos tomos y fue coescrito por un estadounidense que vivió en nuestro país, es el mejor reflejo de que usamos una serie de palabras y términos que incluso, para los hispanohablantes, son incomprensibles. 

Es un hecho que cada pueblo tiene una forma de hablar única. Para nosotros, los argentinos acentúan distinto, y para ellos y muchos otros, los chilenos se comen las ‘s’ y hablan en chiquitito o diminutivo: todo es tomémonos un cafecitovoy en un ratito, vamos a dar una vueltita. Qué decir de los eufemismos: hablamos de tránsito lento, en vez de decir estreñimiento crónico; las mujeres no menstruamos, sino que nos enfermamos, y en vez de estar gordos, estamos entraditos en carne.

La doctora en Lingüística Juana Puga lleva más de 20 años investigando esto que ha llamado “atenuación”. En su segundo libro sobre el tema, “Cómo hablamos cuando hablamos: Setecientos tres ejemplos de atenuación en el castellano de Chile” (Ceibo, 2013), recoge ejemplos de estas formas que tenemos de irnos por las ramas, de minimizar, de ser indirectos, de justificar, o usar el condicional en vez de dar una orden. 

Actualmente docente de la Universidad Diego Portales, es profesora de castellano y licenciada en letras por la Universidad Católica; cursó un doctorado en Filología Española en la Universidad de Valencia y, más tarde, un Magister en Enseñanza del Español para Extranjeros en la Universidad Antonio de Nebrija. Trabajó siete años en el Programa de Lengua y Cultura de la Universidad de Concepción, enseñándoles castellano a estudiantes de la Universidad de California. Con su vasta experiencia y una gran cuota de humor, Juana consigue en sus libros mostrarnos como chilenos en nuestro actuar “cotidiano” y enfrentarnos a un espejo. 

- ¿Qué te parece que es más importante: lo que decimos o cómo decimos las cosas? Te lo pregunto, porque hay una crítica generalizada a la vacuidad de nuestras conversaciones cotidianas.
“En nuestras conversaciones cotidianas no puede separarse el contenido de la forma en que éste se expresa. Siempre que decimos algo, lo hacemos de una particular –y excluyente- manera. Tenemos un país, culturas, tradiciones, una historia, tejidos en nuestras conversaciones cotidianas. No tiene sentido catalogarlas de vacuas”. 

- ¿Por qué estudiaste la atenuación?
“Lo he contado varias veces. Lo que motivó mi estudio fue la constatación de que la mayoría de los latinoamericanos que conocí en España se quejaban de que los españoles eran muy duros en el trato, cortantes, demasiado directos, incluso descorteses. Evidentemente, esto escondía un interesante tema de investigación. No es posible que los españoles (o los valencianos) sean todos, siempre, descorteses: ellos no se perciben de ese modo. Pero también es absurdo pensar que los latinoamericanos somos todos, siempre, corteses. Evidentemente aquí hay un contraste entre nuestras culturas que, como todo, se manifiesta en el lenguaje. Y dado que refleja una actitud de los hablantes, esta diferencia en el uso de la que es nuestra lengua común produce importantes choques culturales y problemas de interpretación. En ese momento decidí dar cuenta de las palabras y expresiones que nos permiten a los chilenos ser indirectos, oblicuos, hablar en chiquitito y con evasivas”. 

- ¿Y entonces qué hiciste?
“Bueno, empecé a observar en conversaciones, en cartas, en diarios, etc. Qué elementos cumplían esa función, y a recolectarlos: como; un poco; de cierta forma, entre comillas; reducción de palabras: maoma, regu; deformación de palabras: reguleque, lenteja; diminutivos; eufemismos; tono bajo de voz; disculpas; explicaciones; rodeos; preguntas y sugerencias en vez de órdenes; el condicional (tan usado en las noticias); etc. Paralelamente busqué un nombre común que me permitiera agruparlos. Ahí decidí hablar de atenuación y el de recursos de atenuación. También empecé a estudiar los contextos en los que aparece la atenuación, contestando a las preguntas ¿qué se atenúa? ¿cómo se atenúa? y ¿por qué se atenúa?” 

- ¿Y consideras que es malo que en Chile atenuemos el castellano?
“Atenuar no es malo ni bueno en sí mismo. La atenuación es un recurso con el que cuentan todos los idiomas, y hay contextos en los que atenuar el lenguaje es lo que procede. Muchas veces, por ejemplo, la atenuación y la cortesía van de la mano, y la falta de atenuación se lee como descortesía: en Chile, en muchas situaciones, es más adecuado –y efectivo- decir: ¿podrías cerrar la ventana? (atenuando por medio del condicional, de la pregunta, y del tono de voz), que ordenar: cierra la ventana. Otro ejemplo, si necesito cien pesos, seguramente no me costará nada pedírselos prestados a un amigo; pero si quiero pedirle doscientos mil, la cosa no será tan fácil. Por eso, voy a detenerme a pensar en qué le digo, en cómo se lo digo; voy a tener que explicarle por qué se los pido; probablemente me disculpe por hacerlo, y le prometa que esto no se repetirá. Esas disculpas y explicaciones (que pueden ser recursos de atenuación) retardarán la petición y permitirán que mi amigo se vaya preparando para lo que ‘se le viene’. En este sentido digo que mientras menos certeza tengamos de conseguir lo que esperamos de nuestro interlocutor, mayor será nuestra necesidad de recurrir a la atenuación. Si en Chile la atenuación es un color, un condimento de nuestro castellano, es inevitable que la usemos.
“Piensa en los temas tabú. Muchos de ellos coinciden en todas las culturas (la muerte, la enfermedad, los órganos sexuales, los defectos físicos, etc.) Para hablar de ellos contamos con eufemismos, diminutivos y otros atenuantes. 
“Pero la excesiva atenuación (siempre en un determinado contexto) puede entorpecer la comunicación, inducirnos a malos entendidos, desviarnos de nuestros objetivos. En muchas ocasiones es recomendable ser asertivos y no atenuados e indirectos”. 

- ¿Cómo influyó en tu carrera lingüística haber vivido en tantos países y lugares? ¿Contribuyó a que tomaras conciencia de esta característica de nuestro castellano?
“Mi vida ha sido muy errante. No sé bien de qué manera ni hasta qué punto (no hay cómo medirlo), pero sin duda que haber vivido de niña en el extranjero -en Francia, en Honduras, en Costa Rica y en España- y en Chile -en Osorno, en Quillota y en Santiago-, ha repercutido en mi manera de enfrentar la lingüística y en mi afición por estudiar la conversación y el uso cotidiano del lenguaje, por registrar e intentar describir el castellano de la calle. En relación a la atenuación, cuando llegué a Valencia a doctorarme yo ya conocía de forma experiencial -había vivido- la diferencias entre el castellano de Chile y el de Honduras; entre el de nuestro país y el de Costa Rica; incluso entre el nuestro y el de España, que más tarde estaría en la génesis de mi estudio. Ya estaba familiarizada con algunas de las afinidades y diferencias culturales que hay entre Chile y los países hispanoamericanos que te menciono. Antes de haberlo estudiado, sabía por experiencia que el castellano no era único e indiferenciado, y que existía más de un mundo (etimológicamente: orden)”. 

- La atenuación de nuestro castellano les llama mucho la atención a los extranjeros. “Claro que sí. Para muchos españoles que han venido –o que se han venido- a Chile, estas diferencias suponen un choque cultural, el mismo, pero a la inversa, que supuso para mí vivir en Valencia cinco años. Un amigo valenciano que ha venido un par de veces a Chile me dice que aquí tiene la sensación de que siempre le dan la razón. 
“Llevo años enseñándoles castellano a extranjeros en Chile, y efectivamente eso les llama la atención. A veces porque vienen de culturas más directas y menos atenuantes; a veces porque han aprendido algo de español en España o con profesores españoles y aquí descubren que hay otro castellano y que da cuenta de una cultura diferente”. 

- Los chilenos nos consideramos apocados, ¿crees que eso explica la atenuación en Chile?
“Yo creo que no hay una, sino muchísimas razones que explican esto. La respuesta a tu pregunta tendrá que venir de muy diversas disciplinas. El sociólogo Jorge Larraín, que escribió el prólogo del libro correspondiente a la tesis, plantea dos hipótesis: la de que existe una relación entre la atenuación y la identidad chilena y latinoamericana; y la de que la atenuación facilita la simulación. Y señala que los conquistadores muchas veces incumplían las leyes que venían de la corona, a pesar de que existiera la intención de cumplirlas. Esto se expresaba en la fórmula: “se acata pero no se cumple”. Por otra parte, cree que en la América española la atenuación del castellano contribuyó a la simulación que les ayudaba sobrevivir y a evitar ser esclavizados a los indígenas frente a los hacendados y a las autoridades políticas y religiosas. Finalmente, señala que nuestra tendencia a enmascarar realidades sigue presente y que hoy se ve, por ejemplo, en nuestra “pasión por la cosmética”. Hay que aparecer bien para triunfar en la vida. Yo agregaría que la forma de comunicación chilena expresa conflictos de poder y la voluntad de los hablantes de mantener el status quo (no queremos molestar al otro ya sea que esté en una posición de dominio o en una de subordinado). Le hablo amoroso a mi empleado y él ‘se va en rodeos’. A veces apocamos nuestro discurso para no herir susceptibilidades o para no asustar”. 

- ¿Conoces la muletilla periodística ‘tensa calma’? ¿Qué papel juegan los medios en la existencia de los recursos de atenuación en Chile?
“No la había oído; es muy buena. No sé qué tan responsables de la atenuación sean los medios, pero sin duda muchos de los recursos de atenuación nacen entre quienes trabajan en ellos y los propios medios se encargan de perpetuarlos. Un buen tema de estudio. Pero los medios contribuyen a difundir, y probablemente a plasmar, no sólo los atenuantes del ámbito periodístico, sino los que usamos todos. En España y en muchas partes de América se están haciendo estudios de la atenuación en diferentes ámbitos, entre ellos, el de la política. Gran parte de los setecientos tres ejemplos de atenuación que recojo en uno de los libros fueron tomados, precisamente, de diversos medios del país”.

viernes, 14 de marzo de 2014

Letradura de la Rara: Una historia de rebeldía por Patricia Espinosa.


Una genealogía de la mujer obrera realiza Virginia Vidal en este magnífico relato. Letradura de la Rara es una novela conmovedora por su profunda configuración de una estirpe de mujeres obreras que comparten su tiempo con la intensa vida familiar, en el contexto de pobreza radical que marcó la primera mitad del siglo XX.
El libro da cuenta de una rigurosa investigación sobre el período, abordando minuciosamente revueltas sociales, terremotos, costumbres, lenguajes y el estilo de vida de la élite en contraposición al mundo de los pobres. Relegadas a conventillos, donde impera un espíritu solidario, enormes masas de desposeídos sobreviven explotados o en la miseria absoluta debido a las altas tasas de cesantía.
Un aspecto tremendamente destacable lo constituye la mirada que la novela sostiene respecto a los pobres y la dura explotación laboral en que transcurren sus vidas. Lo anterior incide en especial en los personajes femeninos, que, viudas o abandonadas por sus parejas, deben criar a sus hijos sin apoyo económico alguno. En estas mujeres no hay lugar para sentimentalismos ni autocuidado; al contrario, se caracterizan por su severidad, rudeza y pragmatismo, volcando toda su afectividad hacia la maternalidad.
Tres personajes de una misma familia protagonizan este volumen: la abuela Marga, su hija Mercedes y la nieta, hija de Mercedes. La narración se aproxima a las dos primeras desde su adscripción al ideario anarquista sin eslóganes ni estridencias, que se materializa en una forma de vida basada en la austeridad, la preocupación por el otro y, en lo fundamental, una imbatible conciencia de clase.
Marga y Mercedes están conscientes de su pobreza, pero se muestran orgullosas de sus oficios y de su lucha cotidiana. Cuando Mercedes tiene una discusión con su “hermano de leche”, con quien compartió nodriza, señala: “Eres de izquierda para tranquilizar la mala conciencia... ¿Qué sabe de clase obrera un revolucionario de hocico y sobaco? Pije de mierda, metido a comunista, eso le dije”.
El despliegue de un pensamiento libertario donde la utopía –a pesar de los constantes apremios– no se manifiesta como un sueño inalcanzable lleva a estas mujeres a torcer una gran determinante del sistema patriarcal: la asignación de roles. Progresivamente, los personajes femeninos que protagonizan la narración se van desentendiendo de su dependencia hacia lo masculino. La tercera generación de esta familia de matriarcas es una joven ávida de conocimientos, a quien le gusta leer y vagabundear por un Santiago nocturno, valorando su autonomía para configurarse un destino mejor que el de sus predecesoras. La educación y el trabajo son las armas que, tal como insistió su madre durante la infancia y adolescencia de la muchacha, le permitirán enfrentar un nuevo orden no sólo individual sino también colectivo.
Virginia Vidal, quien ha dedicado su vida a la escritura literaria y periodística, ha creado una hermosa novela, coherente, sólida en el discurso político y profundamente humana, donde el mundo de la pobreza es mostrado con una dignidad sublime, sin caer en ningún momento en la mitificación. Obreros, matarifes, artesanos, pequeños comerciantes, poetas y luchadores sociales, que se han autoeducado en el orgullo y la intransable seguridad de sus principios, proliferan en estas páginas, donde las mujeres están ubicadas en el centro de una historia de rebeldía y fuerza subversiva.


Letradura de la Rara de Virginia Vidal. 
Ceibo, 2013, 298 páginas.

http://www.lun.com/Pages/NewsDetail.aspx?dt=2014-03-14&NewsID=261298&BodyID=0&PaginaId=74

miércoles, 26 de febrero de 2014

"Letradura de la rara", de Virginia Vidal, por Eugenia Prado

"Letradura de la rara", de Virginia Vidal

“Letradura de la Rara” de Virginia Vidal, una historia de heroínas anónimas
Por Eugenia Prado
Poco es lo que se conoce de las mujeres que vivieron en el Chile de la primera mitad del siglo XX, de los inicios del movimiento feminista obrero que desarrolla y profundiza sus análisis sobre la insubordinación y emancipación femenina en defensa dela educación y organización para mujeres. De ahí la importancia de esta novela, que retrata la vida de tres generaciones de mujeres obreras en la primera mitad del siglo pasado.
Amarga es obrera, su hija Mercedes de niña empieza a trabajar en una fábrica y venciendo todo tipo de desgracias logra forjarse como dirigente. Madre e hija encarnan la dualidad de la mujer como signo de la doble explotación capitalista: por clase y género. En ellas, también habita la desobediencia y el castigo.
Amarga, la abuela, se ocupará de abrir a los suyos una puerta al saber y el conocimiento, respecto de los bienes, imponiendo con disciplina y rigor la lectura de libros en sus hijos y nietos como condición básica para dejar de ser explotados.
“Historias de la vida, no más, les contaba a sus hijos amita Marga. Nunca un cuento de hadas. No supieron de canciones de cuna, pero sí de poemas que sacaba de un libro gastado y guardado por ella como tesoro”.(pág. 45).
Cabe destacar la trágica figura de Yolita, joven compañera de Mercedes. Metáfora de la mujer pobre, explotada, bonita, que sufre un accidente en el trabajo, una máquina muy peligrosa le arranca todo el cuero cabelludo. Símbolo del capital y figura máxima de castración, ella es el sacrificio de lo femenino.
Atravesamos los tiempos de Luis Emilio Recabarren. Desde el inicio de los movimientos políticos y sociales las mujeres salen a buscar trabajo en las fábricas. Reales o de ficción, los personajes, habitan el Chile explotado, para dar cuenta de sucesos que anticiparán  las formas contemporáneas de desigualdad, injusticia y explotación.
Avistamos el auge de la producción salitrera, las huelgas contra las miserables condiciones en que los obreros trabajan, que culmina en 1907, bajo el gobierno de Pedro Montt con la gran masacre de la Escuela Santa María de Iquique, que buscó castigar el movimiento obrero y la efervescencia de los tiempos de un modo brutal. Miles de personas: hombres, mujeres y niños, mueren acribillados. El poder amenazado, actúa, reprime, asesina. Una historia de violencias y desenlaces trágicos, de silencios y borraduras, que se repetirá hasta hoy. 
“Así era la vividura. Sólo los entierros sacaban al aire la palabra indignada. Crecían los rumores sobre muchos otros obreros presos y torturados había en el país. No de todos se sabía; aun de algunos llegaban las noticias cuando ya los habían matado. O se habían suicidado. El suicidio no es sino otra forma del asesinato”. (pág. 84).
José Domingo Gómez Rojas, poeta chileno, uno de los gestores de la agitación callejera, es apresado y termina suicidándose en la casa de Orates.
“Con la muerte, José Domingo conseguiría el cumplimiento de uno de sus sueños: la Huelga General. Las industrias se paralizaron y todos los trabajadores salieron a la calle”. (pág. 84).
En 1935, Elena Caffarena convoca a las mujeres históricamente relegadas al margen del poder y la política a movilizar sus roles circunscritos a la casa, el marido y los hijos para despertarlas de su estado de postergación: se funda el MEMCh (Movimiento de Emancipación de la Mujer Chilena). Otra referencia clave, es la novela María Nadie, de Marta Brunet, publicada en 1957, que describe a la mujer moderna, soltera, que se traslada de su pueblo para trabajar en el servicio público. María López, representa el desorden de las normativas de la época y el riesgo de su posible disolución. Ella es expulsada del espacio provinciano y mirada en menos, pero con un empleo y salario pagado por el Estado, consigue un lugar en el mundo.
Con Letradura de la Rara, Virginia Vidal desarrolla un escenario poco explorado por los textos escritos por mujeres, y lo hace desde el cuerpo de las trabajadoras y obreras vulnerables y vulneradas que habitan la urbe recreando sus hablas desde la frágil humanidad de los oprimidos. Sus protagonistas son sobrevivientes que trabajan en fábricas o circulan al interior de los conventillos.
“Este conventillo es el espejo podrido a los pies de su palacete: el mismo zaguán, los mismos salones laterales; el mismo patio rodeado de unos catorce claustros, tres excusados y un par de baños: uno de los hormigueros para las hormigas dedicadas a llenar el granero”. (pág. 12). 
La marginalidad cruza sus cuerpos, no desde la derrota o el drama, sino desde la vida misma, entre saberes y poderes en lucha contra un escenario hostil. Sus experiencias encarnan el orgullo y la dignidad de la clase obrera, de sus mujeres rebeldes, valientes, fuertes que a pesar de atravesar todo tipo de penurias, no se someten y luchan, viven y se divierten, aceptando con dignidad las condiciones precarias. Generaciones de mujeres con sus diferencias, las nuevas crianzas, ellas harán lo que sea con el fin de aportar a los anhelos de todos, buscando mejorar las vidas de las nuevas generaciones. A veces solidarias, otras crueles, entre amores, desconfianzas o envidias la vida se moviliza.
Se advierte el sarcasmo, la rebeldía en los diálogos de Amarga y Doña Joaquina, su patrona.
“—Ay, Marga, ¿otro descuido?
—¿Conque los míos son “descuidos” y los suyos, hijos? Responde
—No se me alce, que la estoy necesitando... Para que vea, yo seré la madrina de su guagua”. (pág. 13).
Este texto tiene una notable construcción de diálogos que permiten seguir la lectura con fluidez capturando el interés por su lectura. Su gran capacidad de cronista le permite configurar ambientes cargados de detalles, texturas y atmósferas que enriquecen el relato. 
“—Hasta ahí, no más, llegáramos. Nunca le anduve bailando el agua a ningún patrón. Si me echara, saldría perdiendo: jamás se ha quejado nadie de mi trabajo. Recuerde, Fidelina, los apocados no tienen perdón de Dios.
—¡Bien bueno! Estamos a merced de una rota alzada y de una china caliente... Miren que voy a someterme a sus reverendas ganas…
—Prefiero llevar mi bolsa, no voy a salir a la calle con este capacho igual al de Fray Andresito, dice Mercedes.
—Vean: tiene sus mañas de pisiútica, ¿ah? ¿Y esta bolsa tan linda? Responde la patrona.
—Pensándolo bien, doña Joaquina, los antepasados suyos eran los verdaderos anarquistas.
—Usted, Marga, es muy contestadora y se me está poniendo demasiado resuelta, tanta guapeza no me está gustando. Debe aprender a ser más moderada y comportada...”
Hoy, en el siglo XXI, Virginia Vidal escribe desde la biografía y lo hace con puño firme, con obstinación, porque sabe, conoce, su lengua es portadora de la historia de mujeres fuertes en un texto que consigue momentos poderosos.
Cito: “No me vengáis con el cuento de perdón y amor. Si no nos atrevemos a odiar, jamás vamos a saber amar. La miseria tiene padres. ¿Quién va a responder por los tontos de hambre, tos y sabañones? ¿Por los atados de mocos, pidulles y tisis? ¿Han pensado que la explotación convierte al humano en algo más rebajado que un animal? No hay peor humillación en este mundo donde nos rotean a cada paso” (pág 67).
Sin duda, este texto, escrito con palabras poco comunes, antiguas, algunas muy raras, exigió una gran demanda para la autora, pero con esta obra literaria, consigue dar con un imaginario de época y un registro de lo real.
A medida que avanzamos, la lectura se vuelve más apasionante. Recorremos las fábricas textiles donde se explotaba la mano de obra barata de las mujeres. Nos asomamos al interior del conventillo, donde se comparte lo mínimo en piezas, y entre pactos, alianzas o insultos, se pelean los pequeños territorios con la familia, los vecinos, en una indigna promiscuidad.
“¿Qué amor puede haber en un conventillo donde se entra a un laberinto de humo y hediondez? Es una blasfemia hablar de amor donde violan hasta a las inválidas”. (pag. 68).
Reconocemos lugares y oficios tradicionales, desplazados hoy por tecnologías y máquinas.
“Parecía endemoniada, las manos conducían los cortes bajo la aguja desbocada, sus talones subían y bajaban, aferrados los pies en el pedal; todo su cuerpo se recogía, aparentemente inmóvil, generando fuerza para acelerar la máquina. Ella era el motor”. (pag. 168).
Entre recetas para las enfermedades, chiches, piojos o sabañones, afloran las diferencias y tensiones de la clase, la pobreza, el ascenso, la siutiquería. Supersticiones y secretos caseros para la falta de agua, higiene y comida. Son instantes de luchas, sueños y aprendizajes, donde las mínimas alegrías y anécdotas nos conectan con los pequeños placeres, una comida especial, un postre, algún detalle en el encaje de un vestido o en un par de zapatos.
Letradura de la Rara opera como registro histórico desde una épica, una memoria colectiva que recoge las experiencias de la clase obrera devastada por el capital, un pueblo oprimido pero siempre resistente. Su palabra se extiende para insuflar en los personajes la vida que imaginó, creando una realidad difusa que, a ratos, se desvanece.
Su escritura se mueve entre fronteras, desde una épica que cruza lo biográfico, circula entre los géneros literarios, prosa, crónica, relato periodístico se funden en un proyecto ambicioso, como si buscara abarcar todo lo que se acumula a lo largo de una vida.
Con esta novela, Virginia Vidal se instala en la tradición de la novela social chilena que dio origen a las narrativas de Nicomedes Guzmán y de Volodia Teitelboim, donde asignan a la literatura un rol de transformación social, y de arma ideológica de lucha.
Los mismos conventillos que la autora incorpora en su obra aparecen también en las novelas de Guzmán, enLa sangre y la esperanza y en Los hombres oscuros, o en Hijuna de Carlos Sepúlveda Leyton. Pero ella va más lejos, para resolver una deuda que la generación del ‘38 tenía pendiente con las mujeres que no pasaban de ser adornos o detalles en el paisaje proletario.
Virginia Vidal se compromete y arriesga, y con puño implacable erige su discurso en el momento de señalar las injusticias y vejámenes. Sobrevivientes de la pobreza que nos tocó, por nacer en un lugar y no otro, contra los contra los alineamientos de los cuerpos y las edificaciones simbólicas a las que fuimos consignadas las mujeres. Asumimos al fin el papel protagónico que siempre hemos mantenido en la batalla por nuestras reivindicaciones y desde una escritura no exenta de sarcasmo, humor y ternura, la autora construye un espacio en la narrativa de mujeres que, con la fuerza de la vida, la historia, y la experiencia, se escribe desde abajo. Allí se concentra su propuesta, su valor y su riqueza.
“No somos sencillas sino armadas contra toda desilusión”, dice Virginia Vidal.

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Letradura de la rara, de Virginia Vidal
Ceibo Ediciones, Santiago de Chile, 2013.
Octubre 2013.

jueves, 13 de febrero de 2014

Pronto en Ceibo Ediciones, Espectro familiar de Nicolás Poblete. Colección Narrativa

“Enmascarada por la calle, pero no por mucho tiempo más. Doce años detrás de Gunther. (Me refiero a doce años menos que él. Por algo lo formulo así. Decir “doce años más joven” no me suena bien; “doce años menos”, eso sí). “Fue mi profesor”, decía yo cuando nos preguntaban cómo nos habíamos conocido. Todos reían. Qué romántico, qué increíble. Ahora no me parece nada ocurrente ni asombroso. Más bien resulta un poco triste. Uno puede alegrarse al ver a un niño estúpido pidiendo explicaciones sobre un asunto que no se debe preguntar, sobre un tema tabú, por ejemplo. Ver a un niño haciendo algo inútil puede hacernos sonreír aún, porque sus actos pueden ser adjudicados a la ingenuidad. Hay algo cándido en eso. Y cuando se es adolescente todavía uno puede jactarse de ser espontáneo. Pero después de los cincuenta quién va a valorar ser ingenua, ser espontánea. Hoy en día, una vieja. Es cosa de mirar los carteles en el metro, la publicidad… ¿Vieja ingenua o vieja espontánea? Dios mío, cuál más patética”.



Los relatos de Espectro familiar son exploraciones de los vericuetos del miedo, contados por narradores y protagonistas inconscientes muchas veces de su papel de fantasma, parca o verdugo. Como antes demostró en sus novelas Nuestros desechos y En la isla, Poblete es un escritor de sorprendente rigor formal; y como probó con No me ignores, puede dar vida a las voces más perturbadoras. El tema central de estas historias es la familia, a veces la familia entre comillas, y los peores efectos de los lazos afectivos, como la lealtad, el amor, o los celos. Como las familias, los cuentos de Poblete guardan sus secretos; los guardan hasta el momento de mayor impacto. Saben sorprender o asustar. Muchas veces el secreto ni se nos cuenta: se nos implica o se nos sugiere. Pero el mayor logro de este libro es esto: uno lee, y a cada frase teme la siguiente, pero no puede dejar de leer. 
 Ben Bollig, University of Oxford.