En Chihuaihue ("Lugar de Niebla"), fue encontrado ayer el cuerpo de Rodrigo Melinao Lican, de 26 años. Impactos de escopeta en el tórax causaron su fallecimiento. Para nosotros, mapuches y escritores urbanos y campesinos, es otro nudo en el largo lazo de la muerte, otra tumba en los bordes de una historia donde reina impune la barbarie. Rodrigo, cuyo nombre mapuche puede traducirse al español como "Cuatro Tigres", era un prófugo en su propia tierra, un clandestino sin más patria que la oscuridad y el miedo. Lo velan ahora sus parientes en la comunidad Mapu Rayen (Tierra Florida) de Pidima, comuna de Ercilla. Insepulto aún bajo la lluvia, Melinao habla a los suyos, a la neblina que se extiende por los campos y oculta la luz de las estrellas.
¿Qué será de sus dos pequeños hijos? ¿Hacia dónde crecerá su dolor en mitad del barro y el hosco y cerrado invierno del profundo sur? ¿Qué será de su mujer sin la sombra y el fulgor de Melinao Lican, sin el aura protectora del brillante cuarzo de su nombre? Niños sin padre, mujer sin esposo, árboles cortados por las balas que no cesan de trizar el canto de los inocentes.
No es la muerte en verdad una victoria, ni la guerra el inicio de otra patria. No es la sangre derramada la que fundará el nuevo y anhelado país. La ley de la tierra, el Ad Mapu, la escriben hoy las manos de esos niños heridos, de esas mujeres despojadas, golpeadas una y otra vez en la matriz y el corazón.
¿Habrá una historia diferente mañana? ¿Se olvidará la muerte de Rodrigo para que otro cuerpo caiga sobre los despojos de una justicia y un orden inmorales? Huelgas de hambre, presos políticos, marchas y discursos llameantes, banderas al viento, disparos y persecuciones no bastarán para disipar la gris mirada de una conciencia nacional que oscila entre el olvido y la cómoda, obsecuente indiferencia.
¿Qué, entonces, qué más allá de la protesta, la rabia, la pedrada? ¿Cómo confiar en un Estado de Derecho que no hace sino empujar a mapuches y chilenos hacia un interminable fratricidio?
Doscientos años de república, de obligado español en las bocas y en las almas, de juzgados de indios, de corridas de cercos y mañosas escrituras legales, no han derribado el canto del origen. Existimos, somos, estamos. ¡Mapuche ta iñché!, gritan los espíritus en pena, los dolorosos espectros.
Nuestros muertos arden en la noche y en el día caminan sobre los pastos y el agua. Melinao Lican, Lemun, Catrileo, Mendoza Collío, Huentecura. Jóvenes aún, no terminan todavía de morir y no pueden en el aire despedirse de los fastos y miserias de este mundo.
¿Cuándo partirán al Wenuleufu, la vía láctea que no sangra, pero que en silencio alumbra la revolución del cielo? Mañana, dicen, invisibles, los dueños de los profanados montes. Mañana, mañana, cuando por fin amanezca en la memoria del sol.
Jaime Luis Huenún Villa
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