Domingo, 21 De Julio De 2013 | |
UN LUGAR DE POSESIÓN
![]() ![]() «No estamos, sin embargo, a orillas de un río ni de un lago», precisa el cronista. «Estamos en la cárcel de Angol». El castellanochileno se me vuelve exclusivamente sonido, ruido, extrañeza, ajenidad pura porque me aleja un problema y me lo trae de vuelta en forma de algo comprensible; me quiero quejar de este símil que emerge de la espesura en forma de pregunta: cómo hacer literatura a partir de un libro urgente, de qué manera hacer un libro a partir de un apremio, cuáles formas elegir para escribir en este idioma cruzado en uno por la contingencia que motiva y hace necesario este libro sin perderla al mismo tiempo que agrego la mía a ese bosque de voces donde se esconde el grito de weichán –acción física colectiva, fuerte y precisa con un objetivo, inminente para que el habla de todos esos territorios a los cuales un cartel reflectante les pone el nombre de Chile tiemble, y reconozcamos que ese toponímico no nos significa nada, que sí aceptamos una palabra porque estaba ahí previamente –Chile–, pero no concedemos nada a los cuerpos con sus comunidades que habitaban según prácticas igualmente definidas y sistematizadas con anterioridad a nosotros–; por eso pronunciamos con indiferencia, con frialdad, con dejadez, dependiendo de cuánto miedo tengamos, de cuán solos nos hallemos y de cuán tupido sea el bosque que queremos arrancar. El impulso de leer al otro en que confía el cronista de Weichan. Conversaciones con un weichafe en la prisión política, y que presumiblemente nos lee de vuelta con hostilidad, esconde no solo la urgencia de evitar que todo libro chileno que ocupa la voz mapuche digregada se vuelva un palimpsesto, texto ya hilado en su etimológico sentido de entretejimiento de discursos sobre una alba página fabricada de pulpa de árboles –¿cómo podrían leerse de manera ordenada las líneas en que el weichafe Llaitul acusa directamente a las corporaciones madereras que producen este mismo papel de destruir todo intento de las personas que viven en ese bosque de organizar su discurso ante ellos?–; también es contingente perder entre esos árboles la frustración que entraña un descubrimiento literario –cultural– tras otro: una serie de hechos que hemos escuchado tantas veces pero nada más en la forma fragmentaria del eufemismo que subraya Dauno Tótoro en el prólogo a este libro, ahora dichos de frente, con la extensión y la complejidad necesaria, adquieren la forma minuciosa de una revisión histórica más allá de los sujetos, y conforma así una masa donde se distingue sin nitidez morbosa ni confusión elusiva la trama de abuso, despojo, criminalización y masacre que el proyecto de Estado Nacional chileno –en las últimas décadas de institucionalidad pinochetista, en sociedad con las corporaciones y conglomerados empresariales multinacionales– ha cometido con alevosía contra las comunidades específicas que conforman en conjunto el pueblo no occidental mapuche al lado Este de la cordillera de Los Andes. Esa falta de ambigüedad, la arbitrariedad con que han sido encarcelados por la justicia chilena los weichafes de los últimos veinte años, la directa acusación a nombres, apellidos, cargos, instituciones e instancias de la sociedad que se supone uno integra por acción u omisión por el solo hecho de tener cédula de identidad chilena no puede salir del primer plano de mi lectura, y el efecto de indignación, de empatía, de vergüenza del lector chileno es tan frontal que ahí todos los discursos se vuelven superficiales, pura superficie, escenario, arena, cancha, campo de batalla; entonces cobra sentido que esta crónica de múltiples voces sea también un relato largo sobre una cultura que es física, una disciplina que no es escrita ni abstracta ni morosa ni burocrática, sino corporal, extranjera a la palabra que nos ha construido un proceso de consciencia individual, introspectivo, latinoamericano, occidental, letrado: no se trata nomás de la traducción inevitablemente reduccionista de, por ejemplo, el kollella-waiñ como «el arte de mantener la cintura como una hormiga«, «un tipo de arte marcial [...] que recoge posturas y movimientos defensivos y ofensivos propios de ciertos animales», sino una puesta en práctica de que la brecha que separa a una masa de gente ocupadora de otra masa de gente ocupada no es conceptual –los bosques no son ya la frontera entre Estado chileno y la institucionalidad colectiva mapuche, como en los viejos pactos entre ésta y los invasores españoles–, no es teórica, ni siquiera está hecha de un elemento apenas sutil como el habla o la escritura; por el contrario, está hecha de golpes, de hambre, de llanto, de ninguneo, de invalidez, de ese dolor físico que mal dicho se llama desarraigo: el término sincréticamente gringo the radical other resuena con lejanía necesaria porque el épico weichafe mapuche y el inerte descreído, desocupado lector chileno nos oponemos de raíz, por esa raíz que a la vez nos ata sin solución a un bosque, o por lo menos hasta que alguno de nosotros consiga la soberanía epistemológica.
Weichan. Conversaciones con un weichafe en la prisión política. Héctor Llaitul y Jorge Arrate. Ceibo Ediciones. Santiago, 2012.
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Porque las palabras nos importan y estamos conscientes de su valor, y porque conocemos el proceso que implica producirlas, nos hacemos parte de ese proceso publicando libros que cuentan con el nivel y la contundencia necesarios para ver la luz y salir a recorrer el mundo. Cada libro tiene sus lectores, y es inadmisible que no corran a su encuentro y se queden rezagados por falta de gestión. Por eso, ponemos todo nuestro esfuerzo en abrirles los mejores espacios de circulación.
martes, 23 de julio de 2013
WEICHAN, de Jorge Arrate y Héctor Llaitul / Escrito por Carlos Labbé
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