Punto
de fuga o expulsar el cuerpo hacia un borde
Impulsar la palabra y la lengua es la
invitación que nos hace Neda Brkic, dramaturga y poeta en “Punto de Fuga”, su
primera novela. Una imaginación desbordada y muy prolija inaugura la narrativa de
este libro. Ahí está el mundo, abundante en imágenes, descripciones de paisajes y de personajes con sus formas,
colores, aromas.
Atravesaremos mundos en este viaje cuyo destino
final será la ex Yugoslavia. Pero, más que contarnos una historia, Neda Brkic irá construyendo una poética
de pliegues, invitándonos a explorar una memoria colectiva que, de algún modo, como mestizos
nos incluye. “Viajar por la memoria exige particularmente desinstalar el cuerpo”
dice, Julio Pincheira en el
Prólogo.
Un motivo inesperado expulsa a Dora, la protagonista, de su vida
cotidiana obligándola a suspender el presente, congelarlo, al recibir una
llamada telefónica de su hermano menor con la noticia de la muerte de su padre
a quién dejó de ver hace más de 30 años.
Punto de fuga nos enfrenta a una
historia que marcó la vida de muchos inmigrantes forzados a desplazarse, huir, en
medio de la guerra, desde Europa hacia nuestro continente americano, esta vez
no con un afán de conquista sino de sobrevivencia, desde el dolor, la precariedad
y la pobreza. Nos aproximamos a la gran guerra que marcó el siglo XX. Una guerra
que separa, aniquila, destruye, la sangre se disemina y hasta los vínculos más
cercanos se desvanecen.
El pasado y las distancias familiares se enfrentan a un tiempo actual,
de vértigo que no transa sus plazos implacables ni las urgencias corporativas.
Esta será una de las claves de la trama, la dificultad de la protagonista para
combinar los tiempos, recuperar el cuerpo de un indigente, su padre, muerto en
un hospital público, hacerse cargo de sus restos y estar de regreso en la
oficina para una reunión de Directorio el martes.
El angustioso presente neoliberal
amenaza la seguridad de Dora, su cargo de gerente, una vida con algunos
privilegios, que con años de esfuerzo, ha podido consolidar. Una mala jugada
del destino hará que el pasado retorne, obligándola a asumir esta
responsabilidad frente a los suyos.
Desde el inicio de esta historia, en menos de dos días, Jenkins, su jefe
empezará a presionar. “Buenos días, Jenkins. Llegué muy tarde al hotel anoche y
preferí llamarte hoy. He estado muy ocupada con los trámites de la muerte de mi
padre y...” Dora no alcanza a terminar la frase. “Sí, pero eso no justifica que
desatiendas lo que es tu exclusiva responsabilidad en la compañía, responde el
jefe, que no entenderá razones”.
La cremación es la salida, una solución
rápida, aséptica, eficiente. Muy pronto, ese cuerpo será polvo y se habrá ido
sin dejar huella. Piensa Dora. Luego de ese trámite, todo volverá a la
normalidad.
La
muerte del padre y qué hacer con su cuerpo, es una razón poderosa para que los
únicos sobrevivientes
de esta familia vuelvan a juntarse. Pero, un cuerpo es un cuerpo. Cito: “No es
un asunto expedito quemar a una persona, menos si es el padre, a quien no se le
ha visto en más de treinta años, y menos aún si una se enteró de su muerte,
hace dos días”.
En este libro, no exento de humor,
conoceremos el particular vínculo de amor y complicidad entre los hermanos. “Branko,
¿quieres que me las traiga de vuelta a New Orleans, quieres recibirlas tú o
prefieres que las pese en una balanza y nos repartimos cincuenta por ciento
cada uno?” pregunta, refiriéndose a las cenizas del muerto.
Se inicia la cadena de trámites. Dora
ingresa en un espacio desconocido, el departamento donde vivía su padre en
California. Allí, objetos, libros, cajas, pinturas y pinceles irán tomando
forma en su memoria. Mirko Vukovic, un artista con alma de poeta y amante de la
bohemia. A través de objetos mínimos, un viejo bolso que recibe de una vecina con
sus pertenencias más preciadas; un cuaderno empastado con tela y algunas cartas
y escritos, iremos conociendo pequeñas porciones de la vida Mirko, un
desconocido que irrumpió en la vida de Beata Jovanka, su madre, dejándola después
sin previo aviso con dos hijos. “El padre se fue, diciendo que iba a comprar
helados al minimarket de la Avenida
Buxton. Nunca más se supo de él. Si hubiese desaparecido días después del
cumpleaños, habría sido menos doloroso para todos… especialmente para Branko.
Una madre que enferma tiempo después, clausurada en una depresión que dificulta
aún más su comunicación con los demás”.
Tiempo después, Dora decide abandonar
a su familia, dejar atrás un pasado de desavenencias con su madre, y con ello a
su hermano menor. “Te
llamaré en cuanto llegue a Nueva Orleans. El niño de doce años la miró sin
decir nada. Bajó la cabeza y le preguntó:
–¿Quién cuidará a mamá? –Ella tendrá que hacerlo, Branko; ella puede, si
quiere. También puede ayudar la señora Higgins. Branko la miró sin comprender”.
En un recorrido no exento de
complicaciones y desconexiones entre hermanos, un encuentro casual con Manuel,
amigo de Dora, de sus tiempos de estudiante, nos permitirá descubrir nuevos pliegues.
“Mira
Manuel, yo armé mi vida; tomé decisiones –buenas, malas o tontas– sola, estudié
y trabajé para llegar hasta aquí… Mi hermano es distinto, es de otra
generación... Nos saludamos para Navidad, el Día de Acción de Gracias y los
cumpleaños. ¿Y aún así no sabes si tiene un celular? Todo
el mundo tiene uno… ¿Te ha servido para algo? / …Independencia...
libertad de decisión... / ¿Independencia o despreocupación?”.
Han pasado 25 años y Dora tiene una
vida satisfactoria de aciertos profesionales y sin premuras económicas, un
trabajo estable, una posición, un nombre. “¿Crees que eres indispensable? ¿Se
te fueron los humos a la cabeza porque tienes una oficina individual en el piso
21… Déjame decirte, querida, puedo sacarte de ahí antes de lo que te demores en
colgar el teléfono y ya quiero ver si podrás encontrar un puesto igual… ya no
tienes 35 años… ¿o debo refrescarte la memoria?”. Frente a las presiones de Jenkins, Dora,
decide renunciar.
Qué tan de peso pudiera ser un
acontecimiento como para hacernos cambiar el sentido y la orientación de
nuestra vida. Qué tan radical o violenta pudiera ser esa razón como para
sacarnos completamente de lo que, a lo largo de una vida, hemos podido construir?
Es posible otra oportunidad. Pero, nunca sabemos qué sucederá con la
protagonista y una vez más una muerte se cruza y todo lo que hubiéramos podido
imaginar se dispersa.
Dora
transita por un paisaje lejano, donde los encuentros fluyen y abundan los diálogos
con personajes cada vez más desconocidos. Por instantes podemos experimentar su
soledad, pero también su fortaleza y su despegue. “Sigo siendo una extranjera, cuya mayor riqueza es la
capacidad de observación”.
Neda
Brkic irá registrando las escenas, locaciones y paisajes con la precisión de
una cámara de cine o de fotografía, el desarraigo será la fuga y la vida un
estado permanente de alerta.
Esquivar
los paisajes emocionales, expulsar a Dora hacia el exterior sin que consigamos
aproximarnos a sus emociones más íntimas, pareciera ser el interés de la
autora. Fugar de regreso a los orígenes, al inicio de algo, una vida familiar,
una infancia o lo poco que le queda de ella. Atender a lo que separa y
detenerse por un instante, para transitar el horizonte de una tierra antigua
buscando, tal vez, un lugar donde incrustar el ancla.
Un
hombre sencillo de la tierra croata la acompañará en un pequeño bote mar
adentro. El Adriático. En ese cruce final de lenguas, palabras y vocales que
apenas significan, entre personas que habitan mundos completamente distintos,
todo pareciera cobrar un profundo sentido. “Todos morimos y nacemos de la
misma manera; algunos con frío, con miedo o estupor, mientras abrimos
los ojos y los cerramos tras la mordida de luz
sobre nuestro cuerpo aterido”.
Eugenia Prado,
julio 2013
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