Columnistas
Domingo 11 de mayo de 2014
El mejor Poli Délano
"Y si hay alguien calificado para hacer una antología de Délano, él es John Hassett, amigo suyo y estudioso de su obra desde los mismos inicios. Hassett, catedrático de Literatura Latinoamericana, que recopiló Según pasan los años..."
Si en Chile hay un escritor a quien puede aplicársele la afirmación de Sartre en el sentido de que la literatura es un acto de generosidad, ese escritor es Poli Délano (1936). Prolífico, ameno, multifacético, Délano, cuya carrera alcanza casi cinco décadas, es un fabulador infatigable, original, pese a las evidentes influencias que su corpus muestra y también colmado de alusiones librescas, lo que nunca interfiere en sus tramas; sin embargo, lo más interesante de todo es que, a lo largo de tanto tiempo, mantiene la misma prosa, culta y arrabalera, sofisticada y popular, por lo que cualquiera puede disfrutar de sus textos. Aunque ha escrito algunas novelas notables - En este lugar sagrado (1977), Piano-bar de solitarios (1981), por citar solo un par de ellas- no cabe duda de que es en el género breve donde reside la mayor fortaleza del autor chileno nacido en Madrid.
Y si hay alguien calificado para hacer una antología de Délano, él es John Hassett, amigo suyo y estudioso de su obra desde los mismos inicios. Hassett, catedrático de Literatura Latinoamericana, que recopiló Según pasan los años , de reciente publicación, expresa que "el mundo narrativo de Délano (...) revela un número de 'demonios literarios'" que "forman parte de la estructura temática de sus cuentos. El amor es uno de ellos, pero el amor en sus escritos es, raras veces, una cuestión de armonía", ya que, "casi siempre" se trata de "un fenómeno que produce ruptura y soledad". Délano "parece percibir la relación entre un hombre y una mujer como un cuerpo orgánico que goza de su período juvenil, (...) cuya vitalidad se va deteriorando (...)" y "las figuras principales de sus relatos son, en la mayoría de los casos, masculinas, egresadas de una escuela que solo podría designarse machista". Esto último, en los tiempos actuales, podría ser un epíteto denigratorio o políticamente incorrecto, pero no hay tal: en efecto, estamos ante un narrador ciento por ciento masculino, viril, a ratos recio, a la manera de sus maestros Sherwood Anderson, Hemingway, Scott Fitzgerald o Faulkner, si bien la mayoría de las veces los varones salen tan mal parados frente a sus parejas o, dicho en otras palabras, resultan hasta tal punto perdedores en la batalla de los sexos, que se hace difícil, si no imposible, desprender elementos patriarcales de sus ficciones.
Es lo que sucede en "Muchos señores calvos y sin bigote" (1976) y "Solo de saxo" (1998), separados, como se ve, por más de dos décadas. En el primero, la señora Morales, "después de tres a cuatro pisco-sáuers (...) con la lengua burbujeante, se dedicó a hablar de la liberación femenina, zuácate para los hombres por acá", y en una reunión se ve obligada a declarar que ha engañado a su marido para no quedar mal, cuando "la verdad neta es que nunca lo había hecho, una vez casi, pero era estúpido reconocerlo y quedar de pacata". El segundo plantea una disyuntiva bastante más seria: Ramiro y Jenny viven una relación abierta y se entiende que han pactado una franqueza absoluta cuando uno de ellos se involucra con otro, con la salvedad de que Jenny ha mantenido una fidelidad absoluta, hasta que conoce a Gonzalo, para colmo de males argentino, para colmo de males muy guapo. Ambas piezas, de factura intachable, ambas totalmente contemporáneas en su temática, dejan un sabor amargo o agridulce en cuanto a pensar acerca de la viabilidad del vínculo sentimental en el presente.
Pocos saben como Délano componer un buen final que nos acecha en la última página o la última línea de la historia. Así ocurre en "Cambio de máscara" (1973) que después de una amable sucesión de chascarros, nos entrega el desenlace en una sola palabra; por su parte, "Como buen chileno" (1971) no logra ocultar la oscura desconfianza del héroe en el ambiente oriental de la anécdota.
"Café con piernas" (2012) constituye la marca registrada de Délano en el arte cuentístico: corto, ceñido, impecable, expuesto desde dos puntos de vista divergentes, describe una situación al inicio muy normal y que desemboca en algo monstruoso: Salvador Munizaga contacta a Flora Sánchez, una atractiva chica que se gana la vida atendiendo a tipos libidinosos; no obstante, el objeto de Salvador no consiste en obtener los favores de Flora, sino en conseguir que la muchacha realice un trabajo harto sofisticado, que destruirá la felicidad de su rival y, de paso, convertirá a la muchacha en su rehén de por vida.
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