Al presentar este conjunto de relatos, Cosas que pasan, de Michel Bonnefoy,
tendría que ser imprescindible aclarar la unidad temática de estos cuentos, la
continuidad que se oculta bajo la aparente diversidad narrativa aquí expuesta. Efectivamente,
hay una presencia permanente de algunos temas que vuelven y se reiteran, que le
dan homogeneidad al conjunto dispar de los relatos. Por una parte, existe la
narración de las formas de organización política tanto en la clandestinidad,
bajo dictadura, como en las formas de resistencia en el exilio, la experiencia política
del militante transformada en vivencia de lo cotidiano, las estrategias de
sobrevivencia frente a la represión de todo tipo de manifestación de la vida
colectiva. Por otra parte, la misma contingencia política se ve sobrepasada por
la experiencia del encuentro amoroso, por el encuentro solidario y amoroso en
la clandestinidad, por el coqueteo erótico restringido por las circunstancias
históricas. Así, habría que sostener, más bien, que el conjunto de estos
relatos presenta una doble unidad: una línea de desarrollo que representa la
contingencia política y otra línea que asume las experiencias vitales del amor
y sus encuentros y desencuentros. En tal sentido, podría afirmarse también que
en este libro la doble unidad temática queda expresada en la doble figura del
militante y del amante, ambos furtivos y escurridizos. Poseen un lugar común,
la calle, sea en el Santiago clandestino, en la Caracas del trabajo
propagandístico o en el París del exilio, ambas figuras deambulan con la tarea
de reinventarse un tránsito y un destino, mientras el militante recibe las
directrices desde la dirección del Partido para la organización de una nueva
acción política, el amante se deja llevar por el imperio de sus afectos.
Aparecen en estos cuentos espacios poco considerados por la narrativa
testimonial de tiempos de dictadura, cines y filas en la boletería, conciertos
de música, tacos automovilísticos y, como decía, por sobre todo la calle como
un lugar no solo de luchas políticas, sino especialmente de encuentros amorosos
que no tuvieron cabida en la representación de las militancias partidarias en
la narrativa de denuncia política. Hay aquí una recuperación de la experiencia
cotidiana de la calle y su más simple tránsito, el callejeo sin destino.
Pero
también es necesario destacar que ambas líneas de desarrollo en los cuentos que
componen este texto, se enfrentan como polos opuestos y divergentes en la trama
de los acontecimientos. Existe en el texto una confrontación permanente entre
el ámbito de lo político y el ámbito de la experiencia amorosa, ese es quizás
el tema de este conjunto de relatos. En dicha confrontación, quizás por la
urgencia de las circunstancias, el deseo amoroso debe vivirse en una doble
clandestinidad, tanto ante las normas de la buena conducta moral como ante las
normas de conducta del buen militante. Así, pareciera que lo verdaderamente
clandestino es el amor que se vive, en una especie de clandestinidad
reduplicada. Los personajes se ven ante la disyuntiva de entregarse a sus
pasiones y, en consecuencia, aburguesarse, o bien entregarse a la causa
política y despachar de una vez los instintos eróticos que en nada contribuyen
a la construcción de la utopía socialista, pues el amor pone en peligro la
seguridad del militante y hace tambalear sus convicciones políticas. ¿Cómo no dar,
entonces, testimonio de este desfallecimiento amoroso que es, a la vez,
desfallecimiento ideológico? Ya en la calle no estamos codo a codo ni tampoco
somos mucho más que dos, preferimos ocultar nuestro deseo ante la mirada
curiosa del control de cuadros.
La
forma que adopta esta confrontación se evidencia principalmente en la
estructura de los acontecimientos narrados, cuyo desarrollo es coherente y
similar en la mayoría de los relatos: un protagonista solo a medias
caracterizado, que se involucra en una aventura amorosa y cuya resolución,
hacia el final del relato, implica la emergencia de una verdad que voltea la
historia, y que además termina por caracterizar al personaje, siempre hay una
detención policial inesperada, una anciana migrante que agradecida ofrece un
banquete, una amante que resulta ser la prometida del amigo; son todos
acontecimientos que desenfocan la experiencia de la clandestinidad y la
trasladan al fracaso amoroso o político y, en el peor de los casos, a la
detención, la tortura y el exilio. El acontecimiento final irrumpe desde la
política contingente hacia la experiencia de lo cotidiano: la muerte de Hugo Chávez
en el encuentro amoroso o la irrupción de la policía secreta en el dormitorio. En
tal sentido, esta confrontación entre lo político y lo amoroso adquiere una
configuración narrativa similar al relato policial: acumula tensión para
descargarla en un clímax apoteósico e inesperado. Es también una manera de politizar
la experiencia cotidiana, como ocurre en el reconocimiento de dos rivales
políticos en la cama después de un concierto, donde existe una crítica a la
homogeneidad de las tribus urbanas, o en un taco automovilístico, donde la cita
amorosa se ve frustrada por el prejuicio anticomunista. Por el contrario, a
veces el conflicto se resuelve a favor del proyecto amoroso: por amor también uno
puede negarse a volver clandestinamente a Chile.
¿Por
qué, entonces, esta operación de dar relevancia a la experiencia cotidiana y,
me cuesta decirlo, relativizar el compromiso político? Mi respuesta, al menos,
creo encontrarla en los derroteros que ha seguido gran parte de la narrativa
chilena de postdictadura, y tiene que ver con las nuevas formas que ha asumido
el discurso testimonial. Y es que en estos tipos de relatos, la memoria se
enredó con la ficción y los discursos de denuncia política se amoldaron a los
nuevos sujetos sociales que emergieron en el contexto de postdictadura: sujetos
mapuche, homosexual, migrante, como pareciera indicarnos el personaje bisabuelo
del primer relato de este libro. Aquí también la vida cotidiana se ha vuelto
una minoría frente a los grandes relatos de la ciencia política. La persistente
declaración en estos cuentos de los nombres ficticios de los personajes remite
a esta nueva condición testimonial: ¿por qué reiterar en relatos de ficción que
los nombres de los personajes son ficticios? Ante estos relatos, nos ocurre lo
mismo que ante un relato testimonial, nos preguntamos por la verdad histórica
de lo narrado. Un ejemplo que grafica esta nueva forma testimonial está en el
final del libro, en la forma de una apelación directa a un personaje femenino,
mencionado con el cambio de su nombre ficticio por el nombre verídico, Lina, y
cuya historia se presenta como una justificación de por qué las cosas que
pasaron sucedieron de tal y cual manera: ante los aterradores sucesos políticos
no era posible tomar otra acción que la resistencia y entregarse a todas las
formas de sobrevivencia, convirtiendo al militante y al amante en personajes
pícaros, esta vez de la picaresca del exilio y la clandestinidad.
13 de mayo de 2014
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