jueves, 15 de mayo de 2014

Presentación libro de cuentos Cosas que pasan, Michel Bonnefoy, por José Salomón Gebhard




     Al presentar este conjunto de relatos, Cosas que pasan, de Michel Bonnefoy, tendría que ser imprescindible aclarar la unidad temática de estos cuentos, la continuidad que se oculta bajo la aparente diversidad narrativa aquí expuesta. Efectivamente, hay una presencia permanente de algunos temas que vuelven y se reiteran, que le dan homogeneidad al conjunto dispar de los relatos. Por una parte, existe la narración de las formas de organización política tanto en la clandestinidad, bajo dictadura, como en las formas de resistencia en el exilio, la experiencia política del militante transformada en vivencia de lo cotidiano, las estrategias de sobrevivencia frente a la represión de todo tipo de manifestación de la vida colectiva. Por otra parte, la misma contingencia política se ve sobrepasada por la experiencia del encuentro amoroso, por el encuentro solidario y amoroso en la clandestinidad, por el coqueteo erótico restringido por las circunstancias históricas. Así, habría que sostener, más bien, que el conjunto de estos relatos presenta una doble unidad: una línea de desarrollo que representa la contingencia política y otra línea que asume las experiencias vitales del amor y sus encuentros y desencuentros. En tal sentido, podría afirmarse también que en este libro la doble unidad temática queda expresada en la doble figura del militante y del amante, ambos furtivos y escurridizos. Poseen un lugar común, la calle, sea en el Santiago clandestino, en la Caracas del trabajo propagandístico o en el París del exilio, ambas figuras deambulan con la tarea de reinventarse un tránsito y un destino, mientras el militante recibe las directrices desde la dirección del Partido para la organización de una nueva acción política, el amante se deja llevar por el imperio de sus afectos. Aparecen en estos cuentos espacios poco considerados por la narrativa testimonial de tiempos de dictadura, cines y filas en la boletería, conciertos de música, tacos automovilísticos y, como decía, por sobre todo la calle como un lugar no solo de luchas políticas, sino especialmente de encuentros amorosos que no tuvieron cabida en la representación de las militancias partidarias en la narrativa de denuncia política. Hay aquí una recuperación de la experiencia cotidiana de la calle y su más simple tránsito, el callejeo sin destino.     
     Pero también es necesario destacar que ambas líneas de desarrollo en los cuentos que componen este texto, se enfrentan como polos opuestos y divergentes en la trama de los acontecimientos. Existe en el texto una confrontación permanente entre el ámbito de lo político y el ámbito de la experiencia amorosa, ese es quizás el tema de este conjunto de relatos. En dicha confrontación, quizás por la urgencia de las circunstancias, el deseo amoroso debe vivirse en una doble clandestinidad, tanto ante las normas de la buena conducta moral como ante las normas de conducta del buen militante. Así, pareciera que lo verdaderamente clandestino es el amor que se vive, en una especie de clandestinidad reduplicada. Los personajes se ven ante la disyuntiva de entregarse a sus pasiones y, en consecuencia, aburguesarse, o bien entregarse a la causa política y despachar de una vez los instintos eróticos que en nada contribuyen a la construcción de la utopía socialista, pues el amor pone en peligro la seguridad del militante y hace tambalear sus convicciones políticas. ¿Cómo no dar, entonces, testimonio de este desfallecimiento amoroso que es, a la vez, desfallecimiento ideológico? Ya en la calle no estamos codo a codo ni tampoco somos mucho más que dos, preferimos ocultar nuestro deseo ante la mirada curiosa del control de cuadros.
     La forma que adopta esta confrontación se evidencia principalmente en la estructura de los acontecimientos narrados, cuyo desarrollo es coherente y similar en la mayoría de los relatos: un protagonista solo a medias caracterizado, que se involucra en una aventura amorosa y cuya resolución, hacia el final del relato, implica la emergencia de una verdad que voltea la historia, y que además termina por caracterizar al personaje, siempre hay una detención policial inesperada, una anciana migrante que agradecida ofrece un banquete, una amante que resulta ser la prometida del amigo; son todos acontecimientos que desenfocan la experiencia de la clandestinidad y la trasladan al fracaso amoroso o político y, en el peor de los casos, a la detención, la tortura y el exilio. El acontecimiento final irrumpe desde la política contingente hacia la experiencia de lo cotidiano: la muerte de Hugo Chávez en el encuentro amoroso o la irrupción de la policía secreta en el dormitorio. En tal sentido, esta confrontación entre lo político y lo amoroso adquiere una configuración narrativa similar al relato policial: acumula tensión para descargarla en un clímax apoteósico e inesperado. Es también una manera de politizar la experiencia cotidiana, como ocurre en el reconocimiento de dos rivales políticos en la cama después de un concierto, donde existe una crítica a la homogeneidad de las tribus urbanas, o en un taco automovilístico, donde la cita amorosa se ve frustrada por el prejuicio anticomunista. Por el contrario, a veces el conflicto se resuelve a favor del proyecto amoroso: por amor también uno puede negarse a volver clandestinamente a Chile.  
     ¿Por qué, entonces, esta operación de dar relevancia a la experiencia cotidiana y, me cuesta decirlo, relativizar el compromiso político? Mi respuesta, al menos, creo encontrarla en los derroteros que ha seguido gran parte de la narrativa chilena de postdictadura, y tiene que ver con las nuevas formas que ha asumido el discurso testimonial. Y es que en estos tipos de relatos, la memoria se enredó con la ficción y los discursos de denuncia política se amoldaron a los nuevos sujetos sociales que emergieron en el contexto de postdictadura: sujetos mapuche, homosexual, migrante, como pareciera indicarnos el personaje bisabuelo del primer relato de este libro. Aquí también la vida cotidiana se ha vuelto una minoría frente a los grandes relatos de la ciencia política. La persistente declaración en estos cuentos de los nombres ficticios de los personajes remite a esta nueva condición testimonial: ¿por qué reiterar en relatos de ficción que los nombres de los personajes son ficticios? Ante estos relatos, nos ocurre lo mismo que ante un relato testimonial, nos preguntamos por la verdad histórica de lo narrado. Un ejemplo que grafica esta nueva forma testimonial está en el final del libro, en la forma de una apelación directa a un personaje femenino, mencionado con el cambio de su nombre ficticio por el nombre verídico, Lina, y cuya historia se presenta como una justificación de por qué las cosas que pasaron sucedieron de tal y cual manera: ante los aterradores sucesos políticos no era posible tomar otra acción que la resistencia y entregarse a todas las formas de sobrevivencia, convirtiendo al militante y al amante en personajes pícaros, esta vez de la picaresca del exilio y la clandestinidad.

13 de mayo de 2014

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