Cuando
queremos conocer una cultura recurrimos a los antropólogos, a los
etnógrafos, a los sociólogos, y a los arqueólogos. Famoso fue en la
década de los 80 el libro Los hijos de Sánchez donde el
antropólogo estadounidense Oscar Lewis contaba su experiencia de vida entre los
miembros de una familia mexicana muy pobre, hecho que entonces fue
revolucionario y que hoy da pie a que un personaje de la farándula se vaya a
vivir con “gente diferente”, por una semana.
Ya a
Raúl Ruiz le llamó la atención, no el modo en que vivimos, sino cómo hablamos.
EnRuiz (edición de Bruneo Cuneo, UDP) el cineasta explica que
los chilenos incorporan en cualquier diálogo, metáforas, ambigüedades,
circunloquios, perífrasis, omisiones y vaguedades. De esta forma, aun teniendo
los peores resultados en el SIMCE de castellano, somos todos expertos en
encubrir lo que queremos decir.
En 1992,
la lingüista Juana Puga fue a Valencia a cursar un doctorado en Filología
Española. En el contraste cotidiano tomó consciencia de que los chilenos no
hablamos como los españoles y de que existe una particularidad que logró
introducirse en nuestro ADN y que ella denomina “la atenuación”. El tema la
apasionó tanto que escribió dos libros que nos desnudan de tal forma que
debieran estar en la sección de pornografía y no en la de ensayos.Cómo
hablamos cuando hablamos: La atenuación en el castellano de Chile, es la
primera publicación en Chile de su tesis. El segundo libro es reciente, Cómo
hablamos cuando hablamos: Setecientos tres ejemplos de atenuación en
el castellano de Chile. Ambos publicados por Ceibo Ediciones, en 2013.
Según
Juana Puga, para atenuar tomamos distancia de nuestra persona, del interlocutor
y del mensaje que emitimos. En muchas ocasiones, la atenuación responde a
la marcada estratificación social que existe en Chile, o a la enorme cantidad
de temas tabúes que solo podemos abordar por medio de eufemismos y otros
recursos lingüísticos. Según Puga, los niños y niñas aprenden a través del
lenguaje a reproducir las diferencias de clases. Veamos algunos de los sabrosos
ejemplos que proporciona en ambos libros.
En
Chile la atenuación permite mantener las apariencias y encubrir la
verdad. Por ejemplo, cuando un amigo le dice a otro: “estoy medio enojado
contigo porque no viniste ayer”, el otro entiende que su amigo está
realmente enojado, desde el momento en que decidió decírselo, y que no se lo
dice directamente porque ha crecido en un lenguaje en el que es de mal gusto decirle
al otro algo desagradable. No es raro que no digamos: “estoy medio contento
contigo”, porque “es el sentimiento de enojo lo que debe ser
enmascarado”, señala la autora.
El
estudio parte de la experiencia de Juana Puga cuando se vio enfrentada a la
sociedad española que, como sabemos, es mucho más directa que la nuestra. La
lingüista cuenta que al retirarse de una reunión social dijo, como lo habría
hecho en Chile: “me voy yendo”, y la anfitriona le respondió: “porque
quieres”. A Puga le chocó la respuesta y le pidió a su amiga que se la
explicara. Así entendió que en España el anfitrión hace responsable al que se
va de su decisión de partir, y con esto le indica que él está feliz con su
presencia. En Chile, en cambio, para retirarnos de una reunión social
debemos inventar una mentira, bueno, una mentirilla: “me voy porque estoy
preocupada por mi hijo” (el hijo tiene 30 años) o “tengo que ir al médico” (fui
ayer). Cuando el chileno dice: “me voy yendo”, en realidad, espera que su
anfitrión dé inicio a una enredosa “negociación de la partida” que
probablemente lo hará quedarse una o dos horas más. Si el anfitrión no intenta
retener al invitado, este pensará que le desagrada su compañía.
Puga
también analiza las peticiones. Si en España se escucha: “cuando puedas, un
café”, en nuestro país decimos: “me podría atender, por favor”. Aquí
usamos mucho: “permiso”, “permi”, “perdón”, “disculpe”, “¿puedo?”, “¿podría?”,
etc. Mientras un alumno chileno le dice a un profesor: “en algún momento me
gustaría poder hablar con usted”, en España, Puga refiere que el alumno puede
decirle al profesor: “Manuel, quiero comentarte algo”; lo llama por su nombre,
lo tutea y va al grano.
Los
chilenos usamos frecuentemente “como”, “de repente” y “medio”. Veamos un
ejemplo. Una mujer que se ve en la necesidad de echar a un jardinero por
su lentitud, le escribe a su hija para justificar su despido: “de repente Joel
es bien lenteja y olvidadizo. ” Es evidente que el
término “lenteja” atenúa ‘lento’.
Cientos
de ejemplos de este tipo nos deleitan en estos libros que deberían estar en un
lugar privilegiado de nuestra casa, para leerlos en familia y para dejarnos
sorprender por lo domesticados que estamos. Perdón, quise decir, que podríamos
llegar a estar si es que algún día, como quien no quiere la cosa, nos
atreviéramos a escucharnos a nosotros mismos, en el caso de que eso llegara a
ser posible…
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